Es inminente la destitución de Gustavo Petro, se lee y se
comenta en los corrillos públicos y privados. Es inminente la salida de tal vez
uno de los peores gestores que ha tenido la capital de la República en los
últimos años, y eso que hemos tenido pésimos administradores. En lo personal no
quisiera verlo más al mando del futuro de mi ciudad, pero tampoco quisiera
verlo salir así. En
otras palabras que conflicto del alma.
Razones hay muchas para no querer a Petro como alcalde. La
primera ya la mencioné y es su incapacidad para gestionar y ejecutar los planes
de desarrollo de manera integral en la capital. La segunda serían sus fallas en
el liderazgo para mantener un equipo sólido que se comprometa y ayude a
implementar sus políticas (las renuncias de su gabinete son noticia casi que
semanal). La tercera su condición de mentiroso convencido de sus mentiras. La
cuarta su irresponsabilidad en las declaraciones que da cuando se le cuestiona (arenga
a la población mostrándose como el único mártir de izquierda y las nefastas
consecuencias para el país de su posible destitución). La quinta su
resentimiento disfrazado en su política del amor que al final polariza en vez de
acercar. Solo mencioné cinco pero si ampliáramos la lista podríamos incluir hasta su pésimo gusto para
vestirse. Si bien mis argumentos pueden ser válidos no son suficientes a la luz
de la justicia y la ley para destituirlo.
Quien sí ha encontrado motivos es el Procurador Ordoñez y “de por Dios”, como dirían en el campo,
esto sí que me asusta. Me asusta el inquisidor, me asusta Ordoñez. Me dan
pánico y rabia sus maneras, sus comportamientos persecutores de todo y todos
aquellos que osen pensar distinto a él. Me lastima el bullying que le hace a
los empleados públicos y que últimamente ha decidido ampliar al resto de la sociedad.
Le temo a la manera en que trata de
imponer sus ideologías haciéndonos creer que son faltas graves a la gestión de
lo público.
Mi mayor temor es que el mismo Petro y nosotros como
sociedad, no entendamos el mensaje de lo que nos está pasando. Hemos sido
torpes y complacientes con aquellos que elegimos para representarnos. Le hemos
entregado enormes responsabilidades en lo social a personajes que tan solo
encarnan sus ambiciones o resentimientos personales. Nos hemos dejado envolver
en discursos sin fondo y sustancia que no nos permiten retomar el camino de lo
que es correcto. Desde el colectivo, en todas nuestras maneras de expresión
pacifica, y con respeto a la ley, debemos ser nosotros los que les digamos: de
ustedes no queremos saber más.
Dito, muchas veces elegimos a personas que no responden a las necesidades de los retos que asumen, pero usualmente en Colombia nos toca escoger entre la opción menos mala, no la que quisiéramos, ¿no le parece?
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