Hace ya cuatro años que hago alta montaña. En mi afición
tardía (o de crisis de edad media) he tenido la oportunidad de compartir con
aficionados y montañistas un número importante de montañas en lugares como el
Himalaya, Alaska y Sur América. Las experiencias de vida en la montaña son tal
vez lo mas revelador e increíble que he podido vivir.
En ese trasegar del hombre y la naturaleza hay algo que me
ha llamado poderosamente la atención. Una vez terminadas las expediciones, y ya
al calor de la paz de la celebración y el compartir, me he dado cuenta que he
realizado hazañas que no recordaba y que aún hoy, en ejercicio de memoria no
recuerdo haber vivido. Resulta, que según mis compañeros he escalado paredes de
hielo de 900 metros; he caminado en aristas expuestas de mas de 300 metros con
vacíos a la muerte de mas de 1000 metros; he sobrevivido a avalanchas, grietas,
tormentas; y he tomado decisiones de equipo que no recuerdo haber debatido.
No las recuerdo por
que si bien no son mentira, si son al menos verdades a medias. Exageración o
distorsión de la verdad para hacer mas dramática la experiencia, para
simplemente convertir en héroes a seres humanos que solamente una que otra vez
hacen acciones heroicas.
Me pregunto qué nos hace maquillar nuestros propios logros y
siento que no es simplemente un sentimiento de vanidad individual. Hay un
sentimiento y una necesidad colectiva de tener héroes y referentes que nos
señalen posibilidades mas allá de lo posible. Nuestros héroes cumplen la
función de revivir la esperanza y el deseo de cambiar lo que hasta ahora han
sido condiciones estáticas e imperturbables.
El acto de escalar grandes montañas es en si mismo heroico,
tal y como lo es el haber nacido en Buenaventura y hacer una carrera académica
e investigativa llena de logros (como el tan nombrado por estos días Dr Cuero).
Ambos actos resaltan la claridad de los objetivos, el coraje de atreverse y la
capacidad de sacrificio para alcanzar aquello que nos proponemos.
Si ya en si mismo son actos heroicos qué necesidad tenemos de ensuciarlos con distorsiones de la
realidad, verdades a medias o mentiritas piadosas? No solo nos mentimos a
nosotros mismos sino que terminamos creyéndonos nuestras propias mentiras (como
algunos de mis compañeros de montaña que han hecho fortuna con logros que no
han alcanzado). Distorsionamos lo que somos y en el fondo perdemos todo
referente en el aprendizaje que debemos apropiar para nosotros y entregar a los
demás. Frente al colectivo, el héroe desdibujado en la mentira no señala nuevas posibilidades sino que al
contrario refuerza la idea de que lo verdaderamente heroico no existe si no se
acompaña de la mentira y la marrulla.
Y si el héroe es expuesto en su débil y mentiroso andamiaje
qué hacemos? Corremos aquellos que lo necesitamos a protegerlo, a acusar a
aquellos que lo señalan. A tildar a los destructores de héroes de racistas,
xenofóbicos, envidiosos o simplemente fracasados, buenos para nada. Mentimos
para mantener la mentira que al menos nos da una luz de esperanza.
Si tan solo entendiéramos que los héroes se engrandecen en
la única y verdadera dimensión de sus actos. Que estos los actos los medimos en
sus hazañas y en sus vulnerabilidades y que nuestros héroes son antihéroes a la
vez.