Hace un par de
semanas terminó de cristalizarse y hacerse oficial el temor de turno de muchas
personas. El 20 de enero del año 2017 el polémico magnate Donald Trump juró
como presidente de los Estados Unidos y asumió el cargo más visible e
importante del mundo al mando de la nación más poderosa de los últimos tiempos.
El temor de la
era Trump se ha vuelto comidilla de conferencias, charlas y reuniones de
negocios y familiares. ¿Qué nos depara
con este señor? es la frase mentada y
todos y cada uno de nosotros oficiamos de analistas políticos con alcance
internacional. En este texto yo también lo haré.
Lo que más
sorprende de Trump, es que no sorprende, es decir que es totalmente fiel y
congruente con el discurso que nos contó en campaña. Ya empezó el trámite de su
muro, lanzó políticas migratorias duras, empezó el desmonte de Obamacare, comenzó a dar licencia a los ricos de su país
para hacerse más ricos. y despidió tal y como lo hacía en The Apprentice de
manera fulminante a la fiscal de los Estados Unidos. Nada de lo que ha hecho debería
sorprendernos pues ya lo había anunciado.
El problema está
en que Trump se desmarca en la forma de los estándares de la clase dirigente que
conocemos por estos lares (y no me refiero tan solo a la clase política) y que
no hace otra cosa que sorprendernos. Nuestra Elite maneja un discurso contrario
al de Trump, con visos bastante progresistas (no hago alusión a la militancia
del partido político de Gustavito el mentirosito) y una ejecución o protección
del status quo bastante parecida a lo que nos escandaliza del presidente del
coloso del norte. Es decir, dicen una cosa y piensan y ejecutan otra.
Pero como es en
la acción donde refléjanos nuestra pasta, miremos las similitudes que tenemos
con Donald:
Los entornos
familiares y empresariales de nuestra sociedad son casi en un cien por ciento machistas,
somos sexistas (revisen cuántos chistes nos cruzamos día a día en los chats
grupales en donde caricaturizamos al sexo opuesto).
Somos xenófobos y
la naturaleza nos dotó de un muro natural en la selva del Chocó que limita el tránsito
de otras razas a nuestras tierras. Por allá solo vamos a eventos faranduleros,
que nos permiten tomarnos fotos faranduleras con grupos de niños de otro color,
y así adornar nuestro Facebook o Instagram para que todos piensen que somos
incluyentes y sensibles. Después de la foto volvemos a nuestra vida citadina y
en nuestras plegarias diarias pedimos que nuestras ciudades no se llenen de “negros malucos y memes”.
Así como el nuevo
¨líder del mundo libre¨ (así
denominan los americanos a sus presidentes), más de la mitad de nuestra población
está convencida de que debemos erradicar de la faz de la tierra a sangre y
fuego cualquier viso de lo que llamamos ¨terrorismo¨. Ninguna concesión o
negociación es permitida, solo el sufrimiento o la muerte nos valen como
elemento reparativo.
Nuestra clase
dirigente se protege, arropa y cruza favores. Verseamos sobre la igualdad, la equidad y la
repartición de la riqueza pero concentramos en los mismos con los mismos la
nuevas oportunidades para que no se nos cuele un “lobazo arribista e igualado”.
Tramitamos y llevamos al nivel de ley de la república prebendas que protegen la
mal repartida riqueza en unos pocos. Eso sí. lavamos la moral y robamos
espacios en las páginas del jet set con alguna que otra fundación para los “pobres
zarrapastrosos”.
Por último, si
hablamos de medio ambiente los hacemos por es sexi y chic pero no
tenemos ni idea de lo que esto significa y mucho menos tomamos acciones que
lleven a su verdadera protección.
Como vemos en el
fondo, Donald Trump nos representa más de lo que pensamos. De pronto nuestra
mala y selectiva memoria o la “mal-equivocada”
imagen que tenemos de nosotros mismos no nos dejan verdad la realidad, pues si
caminamos como un pato, graznamos como un
pato, volamos como un pato y pensamos como un pato pues
nos parecemos al pato Donald. De pronto aceptando nuestra verdadera condición podríamos darnos cuenta que una sola acción vale más que
mil intenciones y quinientos versos frondosos.
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