Me contaba mi amiga Clara hace unos días,
una ‘leyenda urbana’ que habla
de un ilustre abogado que ha pasado del ejercicio de funciones públicas
al ejercicio privado del derecho y nuevamente al ejercicio de funciones públicas.
Decía Clara que el abogado asesoraba una empresa en un
asunto profesional y que después de entregar un extenso
concepto pasó una factura por 500 millones pesos. El gerente un
poco sorprendido por el precio de los servicios, llamó al abogado
y cuestionó el valor de la asesoría. El jurista,
en tono calmado le respondió que iba a revisar el tema y si
sentía que había cometido algún
error ajustaría sus honorarios. Una semana después
el mismo abogado envió el mismo concepto, esta vez
acompañado de una factura por un valor de 10 millones de pesos.
El gerente de la compañía llamó
inmediatamente a su asesor a preguntarle a qué se debía
la diferencia de precio tan grande y el abogado, con la frialdad que lo
caracteriza, le contestó “El primer
concepto lleva mi firma y vale 500 millones de pesos, el segundo concepto no
lleva mi firma y vale 10 millones de pesos”.
Hoy después de una semana extenuante de
trabajo para ganarme el pan de cada día, amanecí
con esta historia en la cabeza y me cuestioné
a mi mismo por haber abandonado la profesión de abogado,
o más bien por no haberla ejercido nunca a pesar de
haber pasado 5 años en la facultad de derecho y
contar con tarjeta profesional. “Bestia”, me increpé.
De inmediato me puse a repasar en mi memoria algunos
titulares de prensa y sus protagonistas y recordé más
ejemplos del sin número de oportunidades perdidas
que he tenido por la quizás tonta decisión
que tomé en un momento crucial de mi vida. A continuación,
en un acto de sadismo conmigo mismo, me permito enumerar solo algunas de las
posibilidades que habría tenido en ejercicio de la
profesión de abogado para hacerme millonario:
•
Pude haber sido un mediocre abogado, bien relacionado,
para lagartearme un puesto en alguna alta corte, para luego retirame de la magistratura y
hacerme rico defendiendo bandidos o ayudándolos a estructurar negocios.
•
Pude haber hecho una fortuna defendiendo ladrones del
sistema de salud, para luego ser nombrado fiscal general y tener altas
pretensiones políticas.
•
Pude haber sido fiscal de la nación para luego retirarme
a defender pillos y salir ileso de accidentes de tránsito.
•
Pude haberle hecho a algún presidente el favor (bien oneroso) de redactar
leyes que favorecieran amigos mutuos o clientes míos sin que nadie supiera que había sido yo.
•
Pude haber sido ministro o procurador para luego ayudar
a alguno que otro bandido a estructurar pirámides u otros negocios dudosos.
•
Pude haber sido magistrado de alguna corte, y según las últimas costumbres,
solicitar buenas sumas de dinero para favorecer alguno que otro fallo.
•
Pude haber sido mal profesor, un mediocre abogado, para
luego robar a mis clientes y hacerme nombrar por mis amigos en las altas
cortes.
•
Pude haber pagado con favores a los padres de la patria
por nombrarme en altos cargos de la justicia.
•
Pude haber trabajado en una reconocida firma de
abogados estructurando, negocios dudosos, ganándome fama de ‘abogado
sofisticado’.
•
Pude haber fundado una firma de abogados, haberme hecho
amigo de algún
presidente, para hacerme nombrar en un puesto diplomático, usar mi cargo para el desarrollo de mis
propios asuntos, mientras testaferreaba las acciones de mi propia firma.
•
Pude haber tenido una banda de amigos para que nos
nombráramos en
distintos cargos de la justicia y vía
nuestro carrusel, hacernos ricos siendo muy mediocres.
•
Pude haberle hecho el favor a algún presidente de sapear
a mis colegas, para luego recibir favores personales de parte del ejecutivo.
• Pude
haberme inventado alguna figura jurídica,
haberme enriquecido usándola
hasta el cansancio y de vuelta a la vida pública despotricar de mi propia figura y señalar como pillos a los
abogados que quieren hacer fortuna con ella.
• Pude
haberme cambiado el nombre por Jaime o Abelardo (solo por citar un ejemplo),
para luego tomar casos, hacer escándalos
mediáticos y ganar
fama y fortuna con el favor de los medios y el bullying a la justicia.
En este punto de mi escrito mi memoria empieza a nublarse y me
cuerpo empieza a sentir un ligero mareo. Pensé
que podría ser por la imagen de los
numerosos ceros que acompañarían mi
declaración de renta si tan solo hubiera aprovechado alguna de
las oportunidades que relaté. Después de tomar
algo de aire, caí en cuenta que lo que generaba
mi malestar no eran las cifras de dinero perdidas, sino la evidencia de
encontrarme frente a algo que podríamos llamar un cartel, y
aunque me cueste y duela aceptarlo es el cartel de la justicia. Es que si hay carteles de drogas, de pañales,
de cuadernos, de cemento y de contratación, por qué
no habría de existir un cartel de la justicia si es tan
rentable (cada “vuelta”, de los
hechos que enumeré, supera con creces lo que
gana el gerente general de una compañía mediana en todo un año
en Colombia).
¿A qué horas la
justicia se nos volvió un cartel? La verdad no lo sé,
de pronto sería apropiado activar un bloque de búsqueda
para que se dé a la tarea de encontrar a alias Juanpa, a alias Tres Huevitos, a alias El Inútil
y a alias 8.000, para que nos compartan
cuál ha sido su participación en la
politización y cartelización del
ejercicio de la ley y la justicia en Colombia. Así
no mas, a vuelo de pájaro y haciendo cuentas de
servilleta, me parece a mí que algo tienen que ver en
este cuento, así sean ellos mismos los primeros
en rasgarse las vestiduras y señalar a los demás.
Por último, saludo desde acá
a conocidos y desconocidos míos que saben bien ejercer la
profesión de abogado. Honran a nuestros maestros y por sobre
todo a la ley. Los veo día a día rompiéndose
el lomo (como yo lo hago) y les dejo la tranquilidad de que no ejerceré
la profesión que estudie. Con ellos me
siento identificado, pero sobre todo seguro de que hay personas decentes que luchan para que uno
de los bienes mas sagrados de toda sociedad recupere su dignidad. Hasta esos tiempos, espero
no tan lejanos, “dura lex sed lex”.