martes, 10 de marzo de 2015

Como hacerse rico en el cartel de la justicia

Me contaba mi amiga Clara hace unos días, una leyenda urbana que habla de un ilustre abogado que ha pasado del ejercicio de funciones públicas al ejercicio privado del derecho y nuevamente al ejercicio de funciones públicas. Decía Clara que el abogado asesoraba una empresa en un asunto profesional y que después de entregar un extenso concepto pasó una factura por 500 millones pesos. El gerente un poco sorprendido por el precio de los servicios, llamó al abogado y cuestionó el valor de la asesoría. El jurista, en tono calmado le respondió que iba a revisar el tema y si sentía que había cometido algún error ajustaría sus honorarios. Una semana después el mismo abogado envió el mismo concepto, esta vez acompañado de una factura por un valor de 10 millones de pesos. El gerente de la compañía llamó inmediatamente a su asesor a preguntarle a qué se debía la diferencia de precio tan grande y el abogado, con la frialdad que lo caracteriza, le contestó El primer concepto lleva mi firma y vale 500 millones de pesos, el segundo concepto no lleva mi firma y vale 10 millones de pesos.

Hoy después de una semana extenuante de trabajo para ganarme el pan de cada día, amanecí con esta historia en la cabeza y me cuestioné a mi mismo por haber abandonado la profesión de abogado, o más bien por no haberla ejercido nunca a pesar de haber pasado 5 años en la facultad de derecho y contar con tarjeta profesional. Bestia, me increpé.

De inmediato me puse a repasar en mi memoria algunos titulares de prensa y sus protagonistas y recordé más ejemplos del sin número de oportunidades perdidas que he tenido por la quizás tonta decisión que tomé en un momento crucial de mi vida. A continuación, en un acto de sadismo conmigo mismo, me permito enumerar solo algunas de las posibilidades que habría tenido en ejercicio de la profesión de abogado para hacerme millonario:

       Pude haber sido un mediocre abogado, bien relacionado, para lagartearme un puesto en alguna alta corte,  para luego retirame de la magistratura y hacerme rico defendiendo bandidos o ayudándolos a estructurar negocios.
       Pude haber hecho una fortuna defendiendo ladrones del sistema de salud, para luego ser nombrado fiscal general y tener altas pretensiones políticas.
       Pude haber sido fiscal de la nación para luego retirarme a defender pillos y salir ileso de accidentes de tránsito.
       Pude haberle hecho a algún presidente el favor (bien oneroso) de redactar leyes que favorecieran amigos mutuos o clientes míos sin que nadie supiera que había sido yo.
       Pude haber sido ministro o procurador para luego ayudar a alguno que otro bandido a estructurar pirámides u otros negocios dudosos.
       Pude haber sido magistrado de alguna corte, y según las últimas costumbres, solicitar buenas sumas de dinero para favorecer alguno que otro fallo.
       Pude haber sido mal profesor, un mediocre abogado, para luego robar a mis clientes y hacerme nombrar por mis amigos en las altas cortes.
       Pude haber pagado con favores a los padres de la patria por nombrarme en altos cargos de la justicia.
       Pude haber trabajado en una reconocida firma de abogados estructurando, negocios dudosos, ganándome fama de  abogado sofisticado.
       Pude haber fundado una firma de abogados, haberme hecho amigo de algún presidente, para hacerme nombrar en un puesto diplomático, usar mi cargo para el desarrollo de mis propios asuntos, mientras testaferreaba las acciones de mi propia firma.
       Pude haber tenido una banda de amigos para que nos nombráramos en distintos cargos de la justicia y vía nuestro carrusel, hacernos ricos siendo muy mediocres.
       Pude haberle hecho el favor a algún presidente de sapear a mis colegas, para luego recibir favores personales de parte del ejecutivo.
       Pude haberme inventado alguna figura jurídica, haberme enriquecido usándola hasta el cansancio y de vuelta a la vida pública despotricar de mi propia figura y señalar como pillos a los abogados que quieren hacer fortuna con ella.
       Pude haberme cambiado el nombre por Jaime o Abelardo (solo por citar un ejemplo), para luego tomar casos, hacer escándalos mediáticos y ganar fama y fortuna con el favor de los medios y el bullying a la justicia.

En este punto de mi escrito mi memoria empieza a nublarse y me cuerpo empieza a sentir un ligero mareo. Pensé que podría ser por la imagen de los numerosos ceros que acompañarían mi declaración de renta si tan solo hubiera aprovechado alguna de las oportunidades que relaté. Después de tomar algo de aire, caí en cuenta que lo que generaba mi malestar no eran las cifras de dinero perdidas, sino la evidencia de encontrarme frente a algo que podríamos llamar un cartel, y aunque me cueste y duela aceptarlo es el cartel de la justicia. Es que  si hay carteles de drogas, de pañales, de cuadernos, de cemento y de contratación, por qué no habría de existir un cartel de la justicia si es tan rentable (cada vuelta, de los hechos que enumeré, supera con creces lo que gana el gerente general de una compañía mediana en todo un año en Colombia).     

¿A qué horas la justicia se nos volvió un cartel? La verdad no lo sé, de pronto sería apropiado activar un bloque de búsqueda para que se dé a la tarea de encontrar a alias Juanpa,  a alias Tres Huevitos, a alias El Inútil y a  alias 8.000, para que nos compartan cuál ha sido su participación en la politización y cartelización del ejercicio de la ley y la justicia en Colombia. Así no mas, a vuelo de pájaro y haciendo cuentas de servilleta, me parece a mí que algo tienen que ver en este cuento, así sean ellos mismos los primeros en rasgarse las vestiduras y señalar a los demás.

Por último, saludo desde acá a conocidos y desconocidos míos que saben bien ejercer la profesión de abogado. Honran a nuestros maestros y por sobre todo a la ley. Los veo día a día rompiéndose el lomo (como yo lo hago) y les dejo la tranquilidad de que no ejerceré la profesión que estudie. Con ellos me siento identificado, pero sobre todo seguro de que  hay personas decentes que luchan para que uno de los bienes mas sagrados de toda sociedad recupere su dignidad. Hasta esos tiempos, espero no tan lejanos, dura lex sed lex.   








cuál es ese bien?

miércoles, 4 de marzo de 2015

La defensa de Nicolas Gaviria

Me permito hoy ir en contravía de la opinión de muchos para salir en defensa de Nicolás Gaviria, el presunto sobrino del Presidente Gaviria que en una trifurca con la policía fingió el parentesco con el ex-mandatario y amenazó a los uniformados. Les gritaba “usted no sabe quien soy yo” (en un acto legítimo de las más grande y representativa colombianada que tenemos).

Me enseñaban en la facultad de derecho, que el derecho consuetudinario permite que costumbres o comportamientos arraigados en los grupos sociales se conviertan en lo que técnicamente se llama fuentes del derecho. Es decir son manantiales para el ejercicio normativo del legislador.

Con esta aclaración, me permito defender al Señor Gaviria pues su comportamiento hace parte de los hábitos colectivos mas profundos que nos pueden identificar como colombianos y me atrevo a decir que debería ser regulado, protegido constitucionalmente e incluido en una nueva estrofa del himno nacional. Creo que el acto de aducir parentesco o amistad con alguien para obtener algo es el rasgo más representativo y transversal que tenemos como colombianos y nos corresponde a todos el deber de proteger las costumbres nacionales con fiereza.

Analicemos nuestros comportamientos en profundidad:

·      Los altos cargos del estado colombiano están ocupados  por amigos o parientes de los amigos. Esta condición permea a todos los niveles del Estado.
·      Las altas cortes están conformadas entre amigos o parientes de los amigos. Esta  condición permea a todos los niveles de la Rama Jurisdiccional.
·      Los senadores piden puestos para sus amigos y/o sus parientes para tramitar proyectos de ley.
·      Los cargos en los medios de comunicación nacionales o regionales están ocupados por los parientes o amigos de los fundadores o los amigos o parientes de los periodistas mas significativos.
·      Los contratos estatales se asignan a dedo o con marrulla a los amigos.
·      Los cargos en el sector privado están ocupados por parientes de los dueños o amigos de los parientes de los dueños.
·      Las oportunidades de nuevos negocios se les dan a los ricos que son amigos o parientes de los que ostentan el poder.

Estoy seguro de que todos y cada uno de los protagonistas de los hechos que enumeré tuvieron que usar en algún momento la frase “usted no sabe quien soy yo”, cuando algún iluso pretendió darle un tratamiento igualitario que iba en  contravía de sus propios intereses. Y es que bueno, parece que es imposible ser alguien si no se es pariente o amigo de alguien con poder. Y si es así, la verdad es que estamos siendo canallas con el Señor Nicolás Gaviria. Él representa en todo su ser el anhelo más puro que podemos tener todos los colombianos, que no es el ser nosotros mismos sino parientes o amigos de alguien. Al menos Nicolás, para nuestra cochina envidia, ha dado el salto para convertirse en el pariente y amigo referenciado con su escándalo, es decir, ahora sus conocidos podrán decir con orgullo que ellos son amigos o parientes del supuesto pariente del Presidente. Qué manera tan digna, bonita  y tan pero tan colombiana de ascenso social.    

Como no me gusta criticar sin proponer,  atendiendo a mi deber de protección de nuestros patrimonios culturales, Solicitaré cambien nuestra democracia en desuso y volvamos a un régimen monárquico que es a lo que verdaderamente nos parecemos. Si nuestras costumbres rigen que el parentesco, la amistad y el favor del poderoso son el camino de la propia identidad y del éxito, pues que así sea, y dejemos de una vez por todas las pretensiones lobas de igualdad, equidad, justicia  y meritocracia que tanto mal nos han hecho.

Muy a pesar mío no soy referenciado como el pariente o amigo famoso y no me atrevo a decir “usted no sabe quien soy” por simple temor a que sí sepan y se revienten de la risa, o que aún peor, relacionen mi apellido con “ciertas yerbas” que no quiero que me ayuden a definir mi identidad.