Hace algunos años escuché (o leí) que a la celebridad de la
radio Norteamericana Howard Stern lo oían sus seguidores en promedio 19 minutos
al día, mientras que sus detractores, o sea los que lo odiaban, lo oían en
promedio 90 minutos al día. Algo similar me pasa con algunas celebridades
radiales colombianas, los oigo, en algunas casos durante horas, odiando su
popular irresponsabilidad y lenguaje viperino y destructor. La semana pasada en
alguna autoimpuesta tortura de escuchar a un
incendiario periodista, escuché cómo se refería a las excusas y perdón
que el gobierno colombiano pidió por las desapariciones del palacio de
justicia, como una traición a la Patria. En mi interpretación de lo que decía,
ser patriota era seguir negando la realidad y nunca aceptar los errores y mucho
menos pedir perdón. Esa misma noche me encontré con mi amiga Gladys y en un
ejercicio de buscar sobre qué escribir llegamos a la importancia del pedir
perdón y de perdonar en reciprocidad.
Pedir perdón y perdonar ( cuando son de verdad verdad, de
corazón) son dos de los actos humanos mas difíciles y al mismo tiempo más
liberadores que pueden existir. Son difíciles por que nos han enseñado, en el
caso de pedir perdón, a nunca aceptar nuestros errores. A mantenernos en
posiciones absurdas y sin fundamento que no nos permitan mostrar un leve atisbo
de vulnerabilidad e infalibilidad. Nos enseñan desde niños que la fortaleza de
carácter y espíritu de verdaderos líderes se mide en el cometer el menor número
de errores posibles, y una vez cometidos a ocultarlos para no poner en
evidencia nuestra falta de talante, inteligencia, compromiso o alguna otra
grandeza de la “perfección”.
Y así, en este mundo se nos pasa la vida sin entender la humanidad de lo que
somos y la grandeza de aceptar nuestro errores y pedir perdón por nuestros
actos.
El perdonar por su parte viene siendo rehén de lo que nos
enseña mucha de la literatura, gran parte de lo que se expone en medios masivos
como la televisión y las motivaciones de algunos de nuestros líderes. En ellos
nuestros modelos y referentes humanos actúan mas por venganza que por convicción. Basta ver
como no solo los niños, si no nosotros mismos, vamos despertando en nuestro ser
sentimientos revanchistas que permitan reivindicar las llamadas ofensas que
otros cometen hacia nosotros. Los héroes de películas y de nuestra vida
cotidiana son los que lo logran. Es en la venganza y no en el perdón que
logramos identidad y representación. Y por este camino nos perdemos de la
liberación que da el perdonar, de la paz de espíritu que nos permite ver nuevas
oportunidades en la vida.
Pedir perdón y perdonar son actos íntimos, son actos del
alma. Provienen de la grandeza de la consciencia de mí y del otro. Es solo en
este grado de consciencia que podemos construir un colectivo: es solo allí
donde la sociedad se ve así misma como un todo capaz de integrar para
construir.
Sin la capacidad colectiva de pedir perdón y perdonar
difícilmente construiremos paz. Solo en otro nivel de consciencia
desaparecerían de nuestro lenguaje las calificaciones de amigos de la paz y
enemigos de la paz para darle simplemente paso a la paz.
La paz se da en el verdadero perdón y no en el olvido.
Olvidar nos priva del privilegio de aprender y rehacer nuestras relaciones
sobre lo ya vivido y en algunos casos sufrido.
Dito, no podría estar más de acuerdo contigo. El perdón es un camino que no se nos enseña a andar, y que, sin embargo, es el camino que nos lleva a la paz. Perdonar no significa aprobar o connestar lo que él otro hizo o no hizo, significa reconocer que pasó, y comprender la humanidad del otro y la propia, incluso en los actos más infames. Hay muchos colombianos que han sido capaces de perdonar (y pedir perdón) acciones terribles, esos son mis verdaderos héroes y heroínas. No los revanchistas que creen que a través de la venganza honran la justicia. Sin embargo, aún la voz del perdón es silenciosa, casi muda… lejos de las noticias y muy cerca de la verdad.
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