martes, 24 de marzo de 2020

Diario del confinamiento días 1 y 2

Si es que existieran otros tiempos después de la pandémica locura, algún antropólogo varado encontraría estos recuerdos olvidados de un Don Nadie llamado Eduardo, al que le decían Dito o el Cucho.

Día 1 de simulacro de confinamiento.

Ante el elegante e innovador llamado de nuestra alcaldesa el día de ayer, un día después de que me clasificaran como cucho, llenamos nuestra despensa y nevera y nos preparamos para el aislamiento de 4 días. 

Hoy viernes los ánimos están altos. Ayer sonreímos con nerviosa volteada de jeta que refleja el innegable temor a lo desconocido y nos aperamos de los juegos de mesa olvidados en el laberintico closet a donde va a parar todo aquello que ya no necesitamos, pero guardamos con la esperanza de volverlo a usar. Nos prometimos darle garrote al juego en agradable compañía. Yo me ilusionaba con las sesiones culinarias y el atraco al bar en compañía de Ana María.

La mañana transcurrió sin novedad, Lolo y Fede en clases virtuales del colegio, Ana María trabajando y yo entre clases y reuniones de trabajo. Me puse una camisa y unos calzoncillos y me sentí esplendido. Siempre me imaginé que los presentadores de noticieros se ponían saco y corbata y las mujeres la parte alta del sastre, quedándose en calzoncillos y calzones mientras presentaban el noticiero, y así sin que nos diéramos cuenta ventilaban la parte inferior del cuerpo sintiéndose esplendidos y libres. Con mi nuevo ajuar pasé una feliz mañana.

Entre pausa y pausa de mis clases y reuniones preparé una salsa boloñesa para la pasta del almuerzo. Utilicé la receta de mi madre mejorada con el tiempo y la dejé reposar para que concentrara sus sabores. Ya en la tarde preparé el almuerzo en compañía de Ana María y almorzamos todos juntos. Después de lavar los trastes y arreglar la cocina, cada uno se enfrenté al final de las labores de cierre de semana para enfilarnos al fin de semana largo que nos esperaba. Me serví un jerez y lo acompañé de otro mientras tenía una reunión de cierre de semana y contención con mi equipo de trabajo. Fue una reunión linda acompañada de empatía y escucha. 

Al final de la tarde me apuré un par de rones revisando las redes sociales y los medios y me entraron algunas preocupaciones propias de vida. Observé cómo muchos padres orgullosos publicaban fotos de sus hijos en clases virtuales. Niños limpios y hermosamente vestidos (algunos de frak y corbata) en espacios limpios y hermosamente dispuestos. Subí a ver a mis hijos que recibían sus clases en la cama, en camisetas de manga sisa de entrenamiento y pantaloneta, y me cuestioné. Para no darle mas cavilaciones al tema me justifiqué con el argumento del respeto por su personalidad y su propio proceso de aprendizaje que es claro puede darse desde la cama.

Decidí entonces abordar mi segunda preocupación, que es el parón económico. Hice proyecciones, cuentas,  “excelié”  escenarios y decidí llevarle este problema a nuestros generosos banqueros que andan anunciando alivios, ayudas y créditos blandos. El martes trabajaré el tema, pensé, y me bajé otro ron. Antes de que entrara la noche pensé en los distintos sectores de la economía que se verían tan afectados como el mío. Encontré grandes similitudes con la industria del porno y me di a la tarea de hacer una investigación de campo para aprender a llevar a mi negocio al mundo virtual. Tomé nota para poder compartir los aprendizajes con mi equipo de trabajo el lunes. 

Ya en la noche preparé en compañía de Ana María una bondiola para dejarla la noche entera en el horno. Chelo nos acompañó en el proceso. Para los que no conocen a Chelo les cuento que es nuestro hermoso e imponente perro de raza terranova. Es amoroso e inquieto, bota mucho pelo, muchas babas, y en no pocas ocasiones babas con pelo. Esquivando los recuerdos de Chelo en nuestro camino al cuarto acordamos con Ana María hacer labor de limpieza temprano el sábado.

Nos acostamos y se prendió la turbina. La turbina para los no entendidos es el sonido del ventilador del play station de mis hijos. Suena como la turbina de un Boeing 787 dreamliner en velocidad de despegue. Y como yo siempre me duermo en los acarreos y despegues me rendí al sueño.

Día 2 simulacro de confinamiento

Son las tres y media de la mañana y es la tercera vez que me levanto esta noche. Entre el ruido de la turbina, la revisión de la bondiola y las exigencias de Chelo por agua no he logrado hilar unas buenas horas de sueño. En mi última excursión a la cocina patiné sobre una baba de Chelo y casi salgo disparado por la escalera. La turbina se apaga a las 5 am.

7 am, logré finalmente dormir un par de horas y me dispongo a sacar a Chelo al parque. Es un privilegio disputado en la casa ya que en esos 20 minutos logramos salir del encierro y respirar aire libre. Para Chelo es un momento único. Al sentir que me visto para sacarlo, corre por su correa, se para en la puerta y una vez abierta emprende carrera hasta el ascensor. Al llegar al pequeño parque cerca de nuestra casa, corre como un caballo salvaje y pinta los verdes árboles con su marca. Respiré profundo y me llené de energía y optimismo. Hacia el final de nuestra excursión Chelo levantó sus orejas, se paró en pose de foto y segundos después emprendió una embestida contra un pequeño perro que acompañaba a una mujer. En su embestida me arrastró cinco metros hasta que logré dominarlo con mi única mano sana y entre gruñidos y manotazos míos y de Chelo logré calmarlo. De vuelta en la casa me lavé las manos y dispuse los ingredientes finales de nuestra bondiola.

Hacia las 10 am nos dispusimos a hacer aseo. Pusimos música de plancha, yo empuñé la aspiradora, Ana el trapero y arrancamos. Recogimos pelos y babas en su orden. En sincronía perfecta recorrimos la cocina, la sala y los cuartos. Chelo nos perseguía ladrándole a la aspiradora y babeando el recorrido que habíamos cubierto hasta que dimos por terminada nuestra labor hora y media después. Abrimos las ventanas y respiramos un aire de esperanza con una vida limpia. Recordamos y le agradecimos a Mariela por entregarnos todos los días un mundo limpio donde vivir. Nos bañamos y bajamos a terminar de preparar el almuerzo. Fede se levantó hacia la 1 y bajó a saludarnos en calzoncillos y sin camiseta, y de inmediato subió a prender el Boeing 787. Me preparé mi primer tequila y le ofrecí uno a Ana María.

Cuatro tequilas después nos sentamos a almorzar en familia. Los niños se sentaron a la mesa en su uniforme de campaña y yo me puse un pantalón para darle formalidad a la ocasión. Compartimos nuestras impresiones de nuestra nueva realidad y escuchamos la prolongación del confinamiento y empate con el aislamiento total decretado por el gobierno. Ana y yo arreglamos la cocina con una botella de vino como compañía. Cerrando la tarde pusimos videos musicales de artistas de nuestra infancia y adolescencia. Dándole duro al tequila, recorrimos nuestro pasado musical con preocupación infinita de que cada uno de los artistas que oíamos podrían morir a causa de la pandemia. Si yo estoy cucho estos manes están cuchos cuchos cuchos, pensé. 

Entre canción y canción consultaba las redes sociales. Veía otras familias compartiendo, haciendo ejercicio en familia, agradeciendo y llenos de gratitud por el momento. Otros más atrevidos publicaban videos ayudándonos a entender los aprendizajes de está situación y reiterándonos como el mundo cambió. Algunas lágrimas se asomaron a mis ojos por lo emotivo de los momentos o el tequila.

Tratamos de darle un respiro a las preocupaciones y cerramos el día con calle 13 y Justin Timberlake. Mientras hacíamos nuestro recorrido musical los muchachos paseaban cada hora a Chelo, nuestra vecina aprovechaba su esplendida terraza-jardín para asolearse en una hamaca y la turbina ahí siempre presente. Nos tomamos una cerveza para bajar el tequila y a la camita como decía Topo Gigio.  




domingo, 22 de marzo de 2020

La desgracia de ser cucho

El pasado jueves, antes del anunciado simulacro de confinamiento decretado por la alcaldesa, decidí visitar temprano en la mañana una de mis montañas preferidas en los cerros orientales de Bogotá. Como es mi costumbre madrugué, tomé mi carro hasta el punto del inicio del ascenso y allí comencé a pie mi conocida travesía hasta el páramo.

A medio camino, y como es usual, me encontré con Gregorio y Nano que subían con tres amigos más. Hicimos lote y continuamos juntos hasta el destino final que mis amigos se han trazado durante años. Mi punto de ascenso es un poco mas alto y les dije que yo continuaba solo mi camino hasta el páramo. Fui objeto de numerosas advertencias por parte de ellos frente al riesgo de lo que hacia, incluso uno de ellos hizo referencia a un atraco que había tenido lugar en el páramo el día anterior. Y yo como Rin Rin Renacuajo hice un gesto y orondo me fui. 

Ocho minutos después me encontraba en el magnifico lugar de mi destino. El sol daba rienda a un lento ascenso y la fabulosa ciudad bostezaba del letargo nocturno para enfrentar el nuevo día. Me paré 5 minutos a contemplar las obras de la naturaleza y las humanas y me sentí agradecido. Pedí por mí y por los míos y emprendí en polvorosa el descenso. Decidí hacerlo rápido para alcanzar a mis amigos y por ello flotaba de piedra en piedra siempre atento y concentrado. A mitad de descenso, sentí un ruido y me volteé a ver que sucedía. Dos atletas no atletas, volaban entre las piedras con capuchas puestas y uno de ellos con puñal en mano a la caza de hasta ese momento un joven adulto que descendía y que ahora escribe. Alguna cosa grité y apreté el paso para con maravillosa velocidad y agilidad de montañista, soltarlos y dejarles tan solo el recuerdo de mi cabellera flotando al viento. Por lo menos así me imaginaba yo. 

Cien metros mas adelante tropecé y caí sobre mis manos marcándome la montaña con sangre y fracturándome la muñeca izquierda. En fracción de segundos decidí aprovechar tan lamentable evento a mi favor para no ser pasado por las armas por mis perseguidores. Grite lamentándome de dolor (la verdad dolía como un putas), al tiempo que uno de mis agresores (el mas malo) me advertía que me quedara quieto o me chuzaba los ojos. Mi otro agresor (el bueno) me ayudó a sentarme y me lanzó una pregunta:  “ ¿cómo esta cucho, se pegó duro?” Como un puñal la palabra cucho atravesó mi abdomen inferior izquierdo. Le mostré las manos entre quejas y lamentos mientras el bueno se hacia a mi celular y el malo empezaba a quitarme las botas para dejarme descalzo. El bueno le replicó al malo por tratar de quitarme las botas, “¿no ve que el cucho esta vuelto mierda? no lo joda”, afirmó. El segundo navajazo de la palabra cucho golpeó en la parte alta del pecho. “Venga cucho desbloquee el celular para borrar la información”, y yo débil por el tercer ataque con esa corto punzante palabra obedecí y nos dimos los dos a la tarea de eliminar mi vida de ese aparato. Conversamos un rato de la difícil situación económica que los obliga a delinquir, tratamos sin éxito de sacar la tarjeta sim y el malo me dijo “venga cucho regáleme la chaqueta”. Casi inconsciente por el nuevo ataque verbal se la entregué y le aclaré que estaba viejita y sudada. Con gesto de asco la dobló y la guardó apartándose de mí.

Sabiendo los tres que nuestro encuentro debía llegar a su final, el malo preguntó “qué hacemos con el cucho” mientras empuñaba su puñal. El bueno le respondió: “¿no ve que el cucho está vuelto mierda? déjelo ir”. Mientras mi autoestima se desangraba por los navajazos de la palabra cucho, me amarré las botas y me puse de pie. Agradecido choqué el puño con el bueno y al querer replicar mi acto con el malo retiró su mano y me dijo “no cucho usted está sudado y me infecta”. Y así cucho e infeccioso me fui.

Bajé lento con mi nueva condición de cucho, advertí a otros caminantes de mi encuentro y llegué a mi carro. Manejé hasta mi casa y fui a la clínica para que me revisaran la muñeca, la cual está hoy inmovilizada por un pesado yeso.

Cucho y moribundo en mi autoestima trato de recuperar mi vida contenida en un aparato. Mi operador no me da bola, solo me contestan cuando le digo a los robots humanos y no humanos que quiero comprar una línea y un aparato nuevo. Veintidós años de fiel relación de mi parte no valen. La relación está cucha y quieren sangre nueva. Por ahora pasaré mi nueva vejez encerrado hasta el 13 de abril sin celular, aunque ahora estoy contemplando hacerlo hasta el 31 de mayo con el resto de los cuchos.