Por decisión propia he estado alejado de la lectura de periódicos y del contacto con noticieros en los últimos meses. Si bien mi elección me ha traído tranquilidad, se ha desatado un debate interno entre mi interés por entender y criticar el mundo en que vivimos y mi propia estabilidad personal. Hace un par de días, mi amiga Carolina me preguntó si había escrito o iba a escribir algo sobre el caso de Odebrecht. Le salí al paso contándole en qué andaba y que por lo mismo no tenía en este momento un criterio al respecto. Pero como quedé picado (no tanto en conocer la información como en ser reconocido por mis opiniones) me di a la tarea de mirar el caso mencionado para hacerme así alguna idea que me permitiera expresarles mi opinión.
La mera verdad,
volver a la lectura de los medios escritos no fue ningún elixir refrescante o
fuente de sabiduría nueva para mi intelecto. Me sentí exhausto como Sísifo, condenado
en su ceguera a repetir una misma acción hasta la eternidad. El mundo es
invariable, exacto y predecible. La historia de la corrupción es un libro ya leído
en los años de mi paso por esta tierra y los que me antecedieron. “Nada nuevo o
llamativo en la historia”, pensé.
Con el paso de
las horas decidí entregarme a mi tozudez genética y plantearme el reto de
encontrar algo llamativo o cuando menos divertido de todo el escándalo. De
manera involuntaria mi mente empezó a escarbar en los rincones de mis
recuerdos, para por fin instalarse en las huellas que dejó en mí la película de
los 90s llamada ¨Propuesta Indecente¨. En el filme una pareja de esposos (interpretados
por la churrísima Demi Moore y el enigmático Woody Harrelson) con problemas financieros,
reciben una propuesta de un millonario (interpretado por el papacito inmortal
Robert Redford) de pagarles un millón de dólares si acceden a que la
protagonista pase una noche con el millonario. Para hacer breve el cuento ellos
acceden y esto enmaraña la película con reflexiones
sobre el amor, el dinero, la ética, el
sexo, etc.
Sin entender al
principio la conexión del caso Odebrecht y la película, dejé que la sabiduría de
los recuerdos actuara y me mostrara sus luces. Y como es común en ella, lo hizo
en horas del amanecer para seguir su incansable hábito de robarme horas de
sueño y entregarme a la obsesión. Empecé a traer a mi mente no el recuerdo
propio de la película, sino las repercusiones de la misma. Recordé cómo en las
generaciones de los que vimos la obra, sin siquiera haber abandonado el teatro,
se plantearon conversaciones de pareja o amigos en donde nos preguntábamos qué hubiéramos
hecho nosotros ante esta propuesta. Las discusiones lejos de ser tontas
abrieron los ojos sobre las relaciones que creamos y en muchos casos llevaron a
terminar relaciones, pues no se podía estar cerca de un proxeneta o una puta. El
tema era uno ¿cual es el valor económico
de nuestra consciencia?
Pues bien, permítanme ahora saltar a hablar del Odebrecht
en Colombia. Muy poco es sorprendente en esta historia, incluida la rasgada de
vestiduras colectiva de una sociedad que convive y patrocina estos actos. Entre
lo poco que sí verdaderamente sorprende resalto el bajo valor economico de nuestra
consciencia. Tan solo 11 millones de dólares repartidos entre varios. Esto, colombianas
y colombianos, es una vergüenza y un asalto a la dignidad patria. Las investigaciones preliminares arrogan que
la multinacional brasilera pagó en comisiones una cifra cercana a 800 millones
de dólares por todo el mundo y nuestro país se ubica en la lista en los
deshonrosos últimos lugares siendo uno de los países que menos dinero recibió en
coimas. No por virtuosos, por supuesto, sino por la incapacidad de ser dignos
inclusive en lo indigno.
Si hace ya más de 20 años el personaje de Robert Redford nos
planteaba el dilema de ¿cuál es el valor económico de nuestra
consciencia? ( y sabemos que hay un valor), se hace necesario que como país
nos planteemos el interrogante y nos mostremos al mundo con algo de altura como
un colectivo que no se conforma con las boronas de la torta y que le enseñe a
tirar línea a otras naciones. Propongo que en el proyecto de ley anticorrupción
que promueven algunos políticos, se incluya alguna fórmula matemática de pago
de sobornos que nos permita levantar cabeza, ascender en la escala de pago de
comisiones y así ocupar y refrendar con altura el honroso lugar que ocupamos
como uno de los países más corruptos del mundo. Como dirían los Budistas aquello
que resistes persiste.