lunes, 15 de junio de 2020

QUE CADA QUIEN SE HAGA CARGO DE SU PROPIO MIEDO

Mis primeros tiempos como padre estuvieron llenos de temor y ansiedad por la salud y vida de mis hijos. Tanto era mi temor, que mi hijo mayor durmió con nosotros durante un buen tiempo, pues de esa manera chequeaba yo su respiración con celeridad en mis ataques de pavor nocturno. En sus primeros años de vida le prohibí montar a caballo, en moto, correr con libertad y otro tanto de actividades propias de un ser en crecimiento. Todo cambió un día soleado cualquiera en las aguas del río La Vieja en Risaralda. Hacíamos en compañía de sus primos el acostumbrado balsaje, cuando nuestra balsa se parqueó cerca de la rama de un árbol que atrevida formaba un trampolín natural sobre las aguas. Los niños se apearon y uno a uno se fueron lanzando al río para ser recogidos por sus padres río abajo. Mi pequeño, entusiasmado me dijo “papito ¿me puedo lanzar?”, y yo, seguro de mí mismo le dije que no. Absorto por las lágrimas que se asomaban en su cara, me di cuenta de que mi hijo, vía su propia vivencia, acumularía recuerdos imborrables, buenos y malos, y miedos propios adquiridos en su propia experiencia. Hasta ese momento, su vida era mi vida y lo único que yo hacía era trasladarle mis miedos, los que yo creía eran universales e incuestionables. “Lánzate hijo” le dije y apretando el fondillo me dirigí río abajo a esperarlo. Él escogerá sus miedos y ojalá no sean los míos, repetí como un mantra, mientras muerto yo de miedo lo veía bajar lleno de felicidad a mi encuentro.

Así como en la historia que relato, trato de vivir la vida que no escogí en estos tiempos de confinamiento. Hago y no hago cosas guiado por mis miedos y mi atrevimiento. Me cuestiono, observo, actúo o me quedo quieto. Lloro, rio y a veces la malparidez me lleva. Simplemente vivo y exijo me dejen vivir. Repito, exijo que me dejen vivir, pues creo que es un derecho con el que nací y a fuerza de segundos, minutos, días, semanas, meses y años de vida he logrado cultivar en mi propia consciencia de un ser vivo que se hace responsable de si mismo y su propio entorno. Y así como con todo aquello que busque coartar mi derecho legítimo de cagarme del susto con lo que yo elijo, no me banco que me digan a qué le debo temer. 

Y es que en toda narrativa que fijamos nuestra atención encontramos la imposición de miedos. Le debemos temer a un virus, que al final infectará al 70 u 80 por ciento de la población. Debemos temerle a los infectados. Debemos temerles a los trabajadores de la salud. Debemos temerle a quienes usan transporte público. Debemos temerles a los niños que infectan y llevan a la muerte a los ancianos. Debemos temerles a los ricos que trajeron el virus de otras tierras. Debemos temerle a quien visita a sus padres. Debemos temerle a quien quiere o necesita trabajar. Debemos temerle a quien trae el virus a la empresa porque nos lleva a la quiebra. Debemos temerle a quien suda haciendo ejercicio. Debemos temerle a la cercanía física. Debemos temerle a quien abraza, a quien ama al que trae algo de afecto en un mundo ávido de él. 

No solo debemos temerles a todos y a todas, sino que debemos juzgarlos. Debemos mirarlos con los ojos recriminadores que se asoman solitarios en la cara, musitando algo inentendible e indiscutible como el que yo soy mejor que tú. Yo estoy limpio. Y así sin mas ni mas reformamos el código penal, volvemos delito la cercanía física, el derecho al trabajo, el afecto por los seres queridos. Nos discriminamos unos a otros porque creemos que la discriminación es un tema solo de razas y no de intolerancia por seres tan legítimos como nosotros mismos.  Nos llenamos la cabeza de basura y nos convencemos de que el chiquero sobre el que operamos es el camino que nos llevará a salir de esta situación.

Torpe sociedad y torpes gobernantes que creen que el camino del miedo, de señalar, es el camino del aprendizaje, de hacernos mejores. Abogamos por la educación como la vía de solución a nuestros problemas de subdesarrollo y desigualdad y no recordamos que nunca en la historia se ha logrado que la educación con miedo sea una opción sostenible. La educación con miedo lleva a la trampa, a la mentira, al querer ocultar la verdad por el simple hecho de no querer ser señalados, juzgados y, no en pocos casos, violentados.

Algunos creen que de esta saldremos mejores seres humanos y mejores sociedades. Las muestras tempranas señalan lo contrario. Solo vendrán mejores tiempos, si como en las expediciones de montaña en las que he participado, cada quien se hace cargo de su propia mierda.

domingo, 26 de abril de 2020

EL DERECHO A NO SENTIRSE BENDECIDO

Son las 4 am de este atípico 25 de abril del año 2020. Mi hijo continúa en su también atípica celebración de cumpleaños, jugando play station en línea con sus amigos. Quisiera poder achacarles mi insomnio a sus gritos y al rugido insoportable del aparato, pero sé que no es verdad. La verdad es que en estos días de cuarentena esta es mi nueva realidad. Falta de sueño e insoportables sensaciones. 

Al igual que en otras noches tomo mi celular para darle una tregua a la ansiedad y me dispongo a darle un repaso a mis redes sociales y los medios de comunicación que acostumbro a consultar. Rápidamente mi neura se exacerba y me ataca la conversación que llevo días teniendo con mi esposa. Tengo horas tratando de darle forma a mis sensaciones y encontrar el tono del escrito y el mensaje, sin percatarme de que tal vez sea precisamente mi tono quien le dé forma al mensaje y que el mensaje en si mismo es el tono. Y por ello este es mi tono y este es mi mensaje sin más ni más.

Me tienen las huevas hinchadas los mensajes de esos “seres de luz” (que con ojos de compasión y brillos de yo ya me pillé algo que tu no) que me invitan a reinventarme, conectarme con mi propósito superior, buscar mi luz interior, acceder a mi águila interna que vuela libre sobre las montañas nevadas del mundo, a elegir mis emociones y a sentirme profundamente agradecido por lo que tengo (los clichés del momento). Me molestan porque lejos de ser compasivas sus palabras terminan siendo mezquinas. Aplaudo la intención, pero recrimino la desconexión.

En estos momentos me atrevo a aseverar que cada uno de nosotros lleva una procesión interior que le roba el sueño y la tranquilidad como a mí. Angustias de trabajo, dinero, salud, relacionales y de encierro, entre otras, son nuestro día a día. Y es aquí que los gurús chamanes y lideres espirituales de ocasión y en ocasión se desconectan. No nos reciben y aceptan donde estamos, en la angustia, la ansiedad, la depresión y el profundo desespero y nos hacen sentir inadecuados, no dignos de nuestros propios sentimientos que son la única realidad en cada particular historia. Sin recibirnos, sin escucharnos, nos niegan nuestra condición humana y nos tratan de imponer su condición divina. 

Tal vez muchas de nuestras nuevas deidades olvidan algo que ya conocen y es que las emociones humanas son variopintas, matizadas y ni buenas ni malas, solo sensaciones que acompañan nuestros momentos y por lo tanto pasajeras. Todas las sentimos y todos las experimentamos y la grandeza del camino del crecimiento es poder aceptarlas y sobre ellas construir nuestra condición humana. La única manera de transformar una emoción es aceptarla, empaparse de ella y hacernos completos con ella, sin recriminación, sin duda, con o sin miedo. Recíbanos en ellas, les digo, y desde ahí tal vez podremos construir el camino que ustedes ya conocen y el cual nos quieren hacer ver. De lo contrario estarán muy lejos de la compasión y muy cerca de la limosna espiritual. Recíbanos a todos los otros que como yo, estamos mamados, angustiados, desesperados, ansiosos, deprimidos y no agradecidos, porque solo estamos recorriendo nuestra condición humana. 

Si tuviéramos que trasladar esta conversación a diferentes ámbitos de la vida encontraríamos que es tal vez esta temática la de mayor relevancia en el futuro cercano. En mi ocupación pasada y desocupación actual estoy en permanente contacto con organizaciones y sus líderes. Después de cientos de conversaciones me atrevo a afirmar que el reto actual del liderazgo está en ser contenedores de emociones (de todas ellas), abrir espacios de escucha, de compasión. Es imperativo cambiar el discurso de guerra, de guerreros con cuchillos en sus bocas, de palabras de cuartel setentero, de sargento de película gringa. El cuidado mental emocional y físico de los demás nos traerá seres reprogramados en su mejor versión, guerreros sin sangre ajena y propia en sus manos y en sus bocas, guerreros que lideraran el camino del futuro. No deleguen ni abdiquen esta oportunidad, les digo. 

Y así no mas, con mi derecho divino a estar emputado y sintiéndome un chaman, un gurú, un líder espiritual, una naciente deidad, me despido.



martes, 24 de marzo de 2020

Diario del confinamiento días 1 y 2

Si es que existieran otros tiempos después de la pandémica locura, algún antropólogo varado encontraría estos recuerdos olvidados de un Don Nadie llamado Eduardo, al que le decían Dito o el Cucho.

Día 1 de simulacro de confinamiento.

Ante el elegante e innovador llamado de nuestra alcaldesa el día de ayer, un día después de que me clasificaran como cucho, llenamos nuestra despensa y nevera y nos preparamos para el aislamiento de 4 días. 

Hoy viernes los ánimos están altos. Ayer sonreímos con nerviosa volteada de jeta que refleja el innegable temor a lo desconocido y nos aperamos de los juegos de mesa olvidados en el laberintico closet a donde va a parar todo aquello que ya no necesitamos, pero guardamos con la esperanza de volverlo a usar. Nos prometimos darle garrote al juego en agradable compañía. Yo me ilusionaba con las sesiones culinarias y el atraco al bar en compañía de Ana María.

La mañana transcurrió sin novedad, Lolo y Fede en clases virtuales del colegio, Ana María trabajando y yo entre clases y reuniones de trabajo. Me puse una camisa y unos calzoncillos y me sentí esplendido. Siempre me imaginé que los presentadores de noticieros se ponían saco y corbata y las mujeres la parte alta del sastre, quedándose en calzoncillos y calzones mientras presentaban el noticiero, y así sin que nos diéramos cuenta ventilaban la parte inferior del cuerpo sintiéndose esplendidos y libres. Con mi nuevo ajuar pasé una feliz mañana.

Entre pausa y pausa de mis clases y reuniones preparé una salsa boloñesa para la pasta del almuerzo. Utilicé la receta de mi madre mejorada con el tiempo y la dejé reposar para que concentrara sus sabores. Ya en la tarde preparé el almuerzo en compañía de Ana María y almorzamos todos juntos. Después de lavar los trastes y arreglar la cocina, cada uno se enfrenté al final de las labores de cierre de semana para enfilarnos al fin de semana largo que nos esperaba. Me serví un jerez y lo acompañé de otro mientras tenía una reunión de cierre de semana y contención con mi equipo de trabajo. Fue una reunión linda acompañada de empatía y escucha. 

Al final de la tarde me apuré un par de rones revisando las redes sociales y los medios y me entraron algunas preocupaciones propias de vida. Observé cómo muchos padres orgullosos publicaban fotos de sus hijos en clases virtuales. Niños limpios y hermosamente vestidos (algunos de frak y corbata) en espacios limpios y hermosamente dispuestos. Subí a ver a mis hijos que recibían sus clases en la cama, en camisetas de manga sisa de entrenamiento y pantaloneta, y me cuestioné. Para no darle mas cavilaciones al tema me justifiqué con el argumento del respeto por su personalidad y su propio proceso de aprendizaje que es claro puede darse desde la cama.

Decidí entonces abordar mi segunda preocupación, que es el parón económico. Hice proyecciones, cuentas,  “excelié”  escenarios y decidí llevarle este problema a nuestros generosos banqueros que andan anunciando alivios, ayudas y créditos blandos. El martes trabajaré el tema, pensé, y me bajé otro ron. Antes de que entrara la noche pensé en los distintos sectores de la economía que se verían tan afectados como el mío. Encontré grandes similitudes con la industria del porno y me di a la tarea de hacer una investigación de campo para aprender a llevar a mi negocio al mundo virtual. Tomé nota para poder compartir los aprendizajes con mi equipo de trabajo el lunes. 

Ya en la noche preparé en compañía de Ana María una bondiola para dejarla la noche entera en el horno. Chelo nos acompañó en el proceso. Para los que no conocen a Chelo les cuento que es nuestro hermoso e imponente perro de raza terranova. Es amoroso e inquieto, bota mucho pelo, muchas babas, y en no pocas ocasiones babas con pelo. Esquivando los recuerdos de Chelo en nuestro camino al cuarto acordamos con Ana María hacer labor de limpieza temprano el sábado.

Nos acostamos y se prendió la turbina. La turbina para los no entendidos es el sonido del ventilador del play station de mis hijos. Suena como la turbina de un Boeing 787 dreamliner en velocidad de despegue. Y como yo siempre me duermo en los acarreos y despegues me rendí al sueño.

Día 2 simulacro de confinamiento

Son las tres y media de la mañana y es la tercera vez que me levanto esta noche. Entre el ruido de la turbina, la revisión de la bondiola y las exigencias de Chelo por agua no he logrado hilar unas buenas horas de sueño. En mi última excursión a la cocina patiné sobre una baba de Chelo y casi salgo disparado por la escalera. La turbina se apaga a las 5 am.

7 am, logré finalmente dormir un par de horas y me dispongo a sacar a Chelo al parque. Es un privilegio disputado en la casa ya que en esos 20 minutos logramos salir del encierro y respirar aire libre. Para Chelo es un momento único. Al sentir que me visto para sacarlo, corre por su correa, se para en la puerta y una vez abierta emprende carrera hasta el ascensor. Al llegar al pequeño parque cerca de nuestra casa, corre como un caballo salvaje y pinta los verdes árboles con su marca. Respiré profundo y me llené de energía y optimismo. Hacia el final de nuestra excursión Chelo levantó sus orejas, se paró en pose de foto y segundos después emprendió una embestida contra un pequeño perro que acompañaba a una mujer. En su embestida me arrastró cinco metros hasta que logré dominarlo con mi única mano sana y entre gruñidos y manotazos míos y de Chelo logré calmarlo. De vuelta en la casa me lavé las manos y dispuse los ingredientes finales de nuestra bondiola.

Hacia las 10 am nos dispusimos a hacer aseo. Pusimos música de plancha, yo empuñé la aspiradora, Ana el trapero y arrancamos. Recogimos pelos y babas en su orden. En sincronía perfecta recorrimos la cocina, la sala y los cuartos. Chelo nos perseguía ladrándole a la aspiradora y babeando el recorrido que habíamos cubierto hasta que dimos por terminada nuestra labor hora y media después. Abrimos las ventanas y respiramos un aire de esperanza con una vida limpia. Recordamos y le agradecimos a Mariela por entregarnos todos los días un mundo limpio donde vivir. Nos bañamos y bajamos a terminar de preparar el almuerzo. Fede se levantó hacia la 1 y bajó a saludarnos en calzoncillos y sin camiseta, y de inmediato subió a prender el Boeing 787. Me preparé mi primer tequila y le ofrecí uno a Ana María.

Cuatro tequilas después nos sentamos a almorzar en familia. Los niños se sentaron a la mesa en su uniforme de campaña y yo me puse un pantalón para darle formalidad a la ocasión. Compartimos nuestras impresiones de nuestra nueva realidad y escuchamos la prolongación del confinamiento y empate con el aislamiento total decretado por el gobierno. Ana y yo arreglamos la cocina con una botella de vino como compañía. Cerrando la tarde pusimos videos musicales de artistas de nuestra infancia y adolescencia. Dándole duro al tequila, recorrimos nuestro pasado musical con preocupación infinita de que cada uno de los artistas que oíamos podrían morir a causa de la pandemia. Si yo estoy cucho estos manes están cuchos cuchos cuchos, pensé. 

Entre canción y canción consultaba las redes sociales. Veía otras familias compartiendo, haciendo ejercicio en familia, agradeciendo y llenos de gratitud por el momento. Otros más atrevidos publicaban videos ayudándonos a entender los aprendizajes de está situación y reiterándonos como el mundo cambió. Algunas lágrimas se asomaron a mis ojos por lo emotivo de los momentos o el tequila.

Tratamos de darle un respiro a las preocupaciones y cerramos el día con calle 13 y Justin Timberlake. Mientras hacíamos nuestro recorrido musical los muchachos paseaban cada hora a Chelo, nuestra vecina aprovechaba su esplendida terraza-jardín para asolearse en una hamaca y la turbina ahí siempre presente. Nos tomamos una cerveza para bajar el tequila y a la camita como decía Topo Gigio.  




domingo, 22 de marzo de 2020

La desgracia de ser cucho

El pasado jueves, antes del anunciado simulacro de confinamiento decretado por la alcaldesa, decidí visitar temprano en la mañana una de mis montañas preferidas en los cerros orientales de Bogotá. Como es mi costumbre madrugué, tomé mi carro hasta el punto del inicio del ascenso y allí comencé a pie mi conocida travesía hasta el páramo.

A medio camino, y como es usual, me encontré con Gregorio y Nano que subían con tres amigos más. Hicimos lote y continuamos juntos hasta el destino final que mis amigos se han trazado durante años. Mi punto de ascenso es un poco mas alto y les dije que yo continuaba solo mi camino hasta el páramo. Fui objeto de numerosas advertencias por parte de ellos frente al riesgo de lo que hacia, incluso uno de ellos hizo referencia a un atraco que había tenido lugar en el páramo el día anterior. Y yo como Rin Rin Renacuajo hice un gesto y orondo me fui. 

Ocho minutos después me encontraba en el magnifico lugar de mi destino. El sol daba rienda a un lento ascenso y la fabulosa ciudad bostezaba del letargo nocturno para enfrentar el nuevo día. Me paré 5 minutos a contemplar las obras de la naturaleza y las humanas y me sentí agradecido. Pedí por mí y por los míos y emprendí en polvorosa el descenso. Decidí hacerlo rápido para alcanzar a mis amigos y por ello flotaba de piedra en piedra siempre atento y concentrado. A mitad de descenso, sentí un ruido y me volteé a ver que sucedía. Dos atletas no atletas, volaban entre las piedras con capuchas puestas y uno de ellos con puñal en mano a la caza de hasta ese momento un joven adulto que descendía y que ahora escribe. Alguna cosa grité y apreté el paso para con maravillosa velocidad y agilidad de montañista, soltarlos y dejarles tan solo el recuerdo de mi cabellera flotando al viento. Por lo menos así me imaginaba yo. 

Cien metros mas adelante tropecé y caí sobre mis manos marcándome la montaña con sangre y fracturándome la muñeca izquierda. En fracción de segundos decidí aprovechar tan lamentable evento a mi favor para no ser pasado por las armas por mis perseguidores. Grite lamentándome de dolor (la verdad dolía como un putas), al tiempo que uno de mis agresores (el mas malo) me advertía que me quedara quieto o me chuzaba los ojos. Mi otro agresor (el bueno) me ayudó a sentarme y me lanzó una pregunta:  “ ¿cómo esta cucho, se pegó duro?” Como un puñal la palabra cucho atravesó mi abdomen inferior izquierdo. Le mostré las manos entre quejas y lamentos mientras el bueno se hacia a mi celular y el malo empezaba a quitarme las botas para dejarme descalzo. El bueno le replicó al malo por tratar de quitarme las botas, “¿no ve que el cucho esta vuelto mierda? no lo joda”, afirmó. El segundo navajazo de la palabra cucho golpeó en la parte alta del pecho. “Venga cucho desbloquee el celular para borrar la información”, y yo débil por el tercer ataque con esa corto punzante palabra obedecí y nos dimos los dos a la tarea de eliminar mi vida de ese aparato. Conversamos un rato de la difícil situación económica que los obliga a delinquir, tratamos sin éxito de sacar la tarjeta sim y el malo me dijo “venga cucho regáleme la chaqueta”. Casi inconsciente por el nuevo ataque verbal se la entregué y le aclaré que estaba viejita y sudada. Con gesto de asco la dobló y la guardó apartándose de mí.

Sabiendo los tres que nuestro encuentro debía llegar a su final, el malo preguntó “qué hacemos con el cucho” mientras empuñaba su puñal. El bueno le respondió: “¿no ve que el cucho está vuelto mierda? déjelo ir”. Mientras mi autoestima se desangraba por los navajazos de la palabra cucho, me amarré las botas y me puse de pie. Agradecido choqué el puño con el bueno y al querer replicar mi acto con el malo retiró su mano y me dijo “no cucho usted está sudado y me infecta”. Y así cucho e infeccioso me fui.

Bajé lento con mi nueva condición de cucho, advertí a otros caminantes de mi encuentro y llegué a mi carro. Manejé hasta mi casa y fui a la clínica para que me revisaran la muñeca, la cual está hoy inmovilizada por un pesado yeso.

Cucho y moribundo en mi autoestima trato de recuperar mi vida contenida en un aparato. Mi operador no me da bola, solo me contestan cuando le digo a los robots humanos y no humanos que quiero comprar una línea y un aparato nuevo. Veintidós años de fiel relación de mi parte no valen. La relación está cucha y quieren sangre nueva. Por ahora pasaré mi nueva vejez encerrado hasta el 13 de abril sin celular, aunque ahora estoy contemplando hacerlo hasta el 31 de mayo con el resto de los cuchos.