lunes, 10 de abril de 2023

Su Santidad el Cucho

Creo que siempre me he sentido joven y que el mismo miedo intolerante a la muerte que me acompaña, se me revela como una premonición de que pueda ser de alguna manera eterno, inmortal.

 

La imagen que tengo de mí mismo suele disentir con la realidad que me rebota el espejo de manera cruda, irrespetuosa y socarrona. En los espacios del tiempo me han vuelto a llamar cucho, cuando mi imagen, fugaz para el agresor, estaba escondida tras unos vidrios polarizados que acompañaban el movimiento no tan lento de un automóvil. La verdad me explota, las rabias acumuladas se me confunden y no puedo hacer otra cosa que reír o llorar o llorar y reír como bálsamos para mi alma. Le doy largas a mi confesión y me entrego con humor rencoroso a mi dolor.

 

La negra y frondosa cabellera que me acompañó por años le ha dado paso a una lamita delgada y escasa que se pinta sin definirse. La imagen hermosa de un pelo y barba platinadas, sabias, sexis, interesantes y tantas veces prometidas se presentan como un universo indefinido, desordenado, parchado e inseguro. Me consume el rencor hacia George Clooney quien acaso se ha robado toda la belleza de los años sin dejarnos así fueran unas pequeñas migajas que nos decoren. Mienten quienes claman la intrascendencia del pelo y la belleza de las canas. En estos tiempos los únicos vellos que crecen, brotan con arrojo en la nariz y en las orejas, y salvo que estemos haciendo una lenta transición a hombre lobo no presentan ningún uso o interés que me atraigan. 

 

Las piernas esculturales, tonificadas y velludas se asemejan ahora a las patas de un pollo, delgadas, huesudas, flojas, sin cuero y sin vellos en las pantorrillas por el uso de las medias. Los conejos por encima de la cintura adquieren la condición de residentes permanentes con familia y jaula y cualquier intento desesperado por erradicarlos suele resultar inútil, salvo medidas extremas y desesperadas que nos lleven a perder mucho peso y echarnos 20 años encima.

 

La canasta familiar se complementa hoy en día con la compra recurrente e inaplazable de atorvastatina, gaviscón, pastilla para la tensión, Vitamina D, Vitamina B12, Omega 3,6 y 9 y otros tantos suplementos que buscan mantenernos en la ilusión novelesca de que aún estamos en nuestros treintas. Las pilas triple AAA, antes usadas para los controles de play, le dan vida hoy al depilador de nariz y orejas y la máquina para medir la tensión.

 

Siempre me he considerado de ideología liberal y me preciaba de tener amigos con un pensamiento similar. En nuestro último desayuno (ya no podemos ni comer ni beber de noche por el reflujo) nos sorprendimos hablando con rabia de las nuevas generaciones, de su descaro, su ideología y de lo mal encaminadas que estaban. “Qué horror, nos estamos volviendo unos viejos godos”, exclamó Andrés, preocupado.

 

Tal vez el peor síntoma de esta enfermedad innegociable tiene que ver con los guayabos o resacas. Antes me preciaba de llenar mi cuerpo de cuanto licor se me cruzara, acompañado por varias cajetillas de cigarrillos, y al otro día levantarme para repetir la faena después de haber jugado un partido de fútbol. Hoy, después de una tímida noche de copas, me levanto con un guayabo insoportable, con ataque de pánico, ansiedad, sensación de desempleo y un arrepentimiento solo comparable con el que sienten los votantes de Petro. 

 

Sumido en esta punzante tristeza, mi muy querido amigo Monseñor Mauricio me tiró un salvavidas inconscientemente, a finales del año pasado. En una cena zanahoria de amigos nos comentó, como quien no quiere la cosa, que una persona laica, es decir un particular varón no sacerdote, podría ser elegido Papa. El comentario pasó de vuelo, y ahora no solo lo dicho por Mauricio sino la posibilidad que la ley canónica nos plantea, me brindan un remedio que de manera permanente me ayudará a resignificar mi destino: convertirme en sumo pontífice. 

 

Al Papado se llega muy entrado en años, en las edades finales en donde la sabiduría y el cansancio se unen para permitirnos la prudencia o la irreverencia. Los múltiples gorros ceremoniales y de diario taparían cualquier evidencia de alopecia. El alba o la túnica disimularían con encanto y dignidad las imperfecciones del cuerpo o abusos gastronómicos y me permitirían un toque chic de zapatos rojos. El bastón, compañero necesario de mis caminatas, se llamaría ahora báculo y sería no una muestra de mi debilidad sino un símbolo de mi autoridad. El concepto de la infalibilidad del Papa me atrae y creo que he recorrido un largo camino que me lleva casi a niveles de maestría y excelencia. Ni hablemos de vivir en Roma, me parece una absoluta delicia no solo por sus expresiones gastronómicas, sino también por el acceso irrestricto a los archivos Papales en donde veré saciadas mis necesidades de conocimiento y chisme. Por último, la expresión de cucho se vería reemplazada por la de su santidad, dándole un halo espiritual a mi edad. 

 

La tarea que tengo por delante para ser considerado como candidato apto a ser obispo de Roma es titánica y las posibilidades de éxito son pocas. Es por esto, por lo que estoy considerando contratar a Sebastián Guanumen, ex asesor de Gustavo Petro, para que me ayude a correr las líneas éticas que hagan viable mi candidatura. En cuanto al desconocimiento público de mi existencia, creo que la mejor alternativa es contratar a Gustavo Bolívar (experto en resaltar las virtudes humanas) para que haga una serie sobre mi vida. Donde el título de la serie tenga algo que ver con mis tetas lo declararé insubsistente. 

lunes, 15 de junio de 2020

QUE CADA QUIEN SE HAGA CARGO DE SU PROPIO MIEDO

Mis primeros tiempos como padre estuvieron llenos de temor y ansiedad por la salud y vida de mis hijos. Tanto era mi temor, que mi hijo mayor durmió con nosotros durante un buen tiempo, pues de esa manera chequeaba yo su respiración con celeridad en mis ataques de pavor nocturno. En sus primeros años de vida le prohibí montar a caballo, en moto, correr con libertad y otro tanto de actividades propias de un ser en crecimiento. Todo cambió un día soleado cualquiera en las aguas del río La Vieja en Risaralda. Hacíamos en compañía de sus primos el acostumbrado balsaje, cuando nuestra balsa se parqueó cerca de la rama de un árbol que atrevida formaba un trampolín natural sobre las aguas. Los niños se apearon y uno a uno se fueron lanzando al río para ser recogidos por sus padres río abajo. Mi pequeño, entusiasmado me dijo “papito ¿me puedo lanzar?”, y yo, seguro de mí mismo le dije que no. Absorto por las lágrimas que se asomaban en su cara, me di cuenta de que mi hijo, vía su propia vivencia, acumularía recuerdos imborrables, buenos y malos, y miedos propios adquiridos en su propia experiencia. Hasta ese momento, su vida era mi vida y lo único que yo hacía era trasladarle mis miedos, los que yo creía eran universales e incuestionables. “Lánzate hijo” le dije y apretando el fondillo me dirigí río abajo a esperarlo. Él escogerá sus miedos y ojalá no sean los míos, repetí como un mantra, mientras muerto yo de miedo lo veía bajar lleno de felicidad a mi encuentro.

Así como en la historia que relato, trato de vivir la vida que no escogí en estos tiempos de confinamiento. Hago y no hago cosas guiado por mis miedos y mi atrevimiento. Me cuestiono, observo, actúo o me quedo quieto. Lloro, rio y a veces la malparidez me lleva. Simplemente vivo y exijo me dejen vivir. Repito, exijo que me dejen vivir, pues creo que es un derecho con el que nací y a fuerza de segundos, minutos, días, semanas, meses y años de vida he logrado cultivar en mi propia consciencia de un ser vivo que se hace responsable de si mismo y su propio entorno. Y así como con todo aquello que busque coartar mi derecho legítimo de cagarme del susto con lo que yo elijo, no me banco que me digan a qué le debo temer. 

Y es que en toda narrativa que fijamos nuestra atención encontramos la imposición de miedos. Le debemos temer a un virus, que al final infectará al 70 u 80 por ciento de la población. Debemos temerle a los infectados. Debemos temerles a los trabajadores de la salud. Debemos temerle a quienes usan transporte público. Debemos temerles a los niños que infectan y llevan a la muerte a los ancianos. Debemos temerles a los ricos que trajeron el virus de otras tierras. Debemos temerle a quien visita a sus padres. Debemos temerle a quien quiere o necesita trabajar. Debemos temerle a quien trae el virus a la empresa porque nos lleva a la quiebra. Debemos temerle a quien suda haciendo ejercicio. Debemos temerle a la cercanía física. Debemos temerle a quien abraza, a quien ama al que trae algo de afecto en un mundo ávido de él. 

No solo debemos temerles a todos y a todas, sino que debemos juzgarlos. Debemos mirarlos con los ojos recriminadores que se asoman solitarios en la cara, musitando algo inentendible e indiscutible como el que yo soy mejor que tú. Yo estoy limpio. Y así sin mas ni mas reformamos el código penal, volvemos delito la cercanía física, el derecho al trabajo, el afecto por los seres queridos. Nos discriminamos unos a otros porque creemos que la discriminación es un tema solo de razas y no de intolerancia por seres tan legítimos como nosotros mismos.  Nos llenamos la cabeza de basura y nos convencemos de que el chiquero sobre el que operamos es el camino que nos llevará a salir de esta situación.

Torpe sociedad y torpes gobernantes que creen que el camino del miedo, de señalar, es el camino del aprendizaje, de hacernos mejores. Abogamos por la educación como la vía de solución a nuestros problemas de subdesarrollo y desigualdad y no recordamos que nunca en la historia se ha logrado que la educación con miedo sea una opción sostenible. La educación con miedo lleva a la trampa, a la mentira, al querer ocultar la verdad por el simple hecho de no querer ser señalados, juzgados y, no en pocos casos, violentados.

Algunos creen que de esta saldremos mejores seres humanos y mejores sociedades. Las muestras tempranas señalan lo contrario. Solo vendrán mejores tiempos, si como en las expediciones de montaña en las que he participado, cada quien se hace cargo de su propia mierda.

domingo, 26 de abril de 2020

EL DERECHO A NO SENTIRSE BENDECIDO

Son las 4 am de este atípico 25 de abril del año 2020. Mi hijo continúa en su también atípica celebración de cumpleaños, jugando play station en línea con sus amigos. Quisiera poder achacarles mi insomnio a sus gritos y al rugido insoportable del aparato, pero sé que no es verdad. La verdad es que en estos días de cuarentena esta es mi nueva realidad. Falta de sueño e insoportables sensaciones. 

Al igual que en otras noches tomo mi celular para darle una tregua a la ansiedad y me dispongo a darle un repaso a mis redes sociales y los medios de comunicación que acostumbro a consultar. Rápidamente mi neura se exacerba y me ataca la conversación que llevo días teniendo con mi esposa. Tengo horas tratando de darle forma a mis sensaciones y encontrar el tono del escrito y el mensaje, sin percatarme de que tal vez sea precisamente mi tono quien le dé forma al mensaje y que el mensaje en si mismo es el tono. Y por ello este es mi tono y este es mi mensaje sin más ni más.

Me tienen las huevas hinchadas los mensajes de esos “seres de luz” (que con ojos de compasión y brillos de yo ya me pillé algo que tu no) que me invitan a reinventarme, conectarme con mi propósito superior, buscar mi luz interior, acceder a mi águila interna que vuela libre sobre las montañas nevadas del mundo, a elegir mis emociones y a sentirme profundamente agradecido por lo que tengo (los clichés del momento). Me molestan porque lejos de ser compasivas sus palabras terminan siendo mezquinas. Aplaudo la intención, pero recrimino la desconexión.

En estos momentos me atrevo a aseverar que cada uno de nosotros lleva una procesión interior que le roba el sueño y la tranquilidad como a mí. Angustias de trabajo, dinero, salud, relacionales y de encierro, entre otras, son nuestro día a día. Y es aquí que los gurús chamanes y lideres espirituales de ocasión y en ocasión se desconectan. No nos reciben y aceptan donde estamos, en la angustia, la ansiedad, la depresión y el profundo desespero y nos hacen sentir inadecuados, no dignos de nuestros propios sentimientos que son la única realidad en cada particular historia. Sin recibirnos, sin escucharnos, nos niegan nuestra condición humana y nos tratan de imponer su condición divina. 

Tal vez muchas de nuestras nuevas deidades olvidan algo que ya conocen y es que las emociones humanas son variopintas, matizadas y ni buenas ni malas, solo sensaciones que acompañan nuestros momentos y por lo tanto pasajeras. Todas las sentimos y todos las experimentamos y la grandeza del camino del crecimiento es poder aceptarlas y sobre ellas construir nuestra condición humana. La única manera de transformar una emoción es aceptarla, empaparse de ella y hacernos completos con ella, sin recriminación, sin duda, con o sin miedo. Recíbanos en ellas, les digo, y desde ahí tal vez podremos construir el camino que ustedes ya conocen y el cual nos quieren hacer ver. De lo contrario estarán muy lejos de la compasión y muy cerca de la limosna espiritual. Recíbanos a todos los otros que como yo, estamos mamados, angustiados, desesperados, ansiosos, deprimidos y no agradecidos, porque solo estamos recorriendo nuestra condición humana. 

Si tuviéramos que trasladar esta conversación a diferentes ámbitos de la vida encontraríamos que es tal vez esta temática la de mayor relevancia en el futuro cercano. En mi ocupación pasada y desocupación actual estoy en permanente contacto con organizaciones y sus líderes. Después de cientos de conversaciones me atrevo a afirmar que el reto actual del liderazgo está en ser contenedores de emociones (de todas ellas), abrir espacios de escucha, de compasión. Es imperativo cambiar el discurso de guerra, de guerreros con cuchillos en sus bocas, de palabras de cuartel setentero, de sargento de película gringa. El cuidado mental emocional y físico de los demás nos traerá seres reprogramados en su mejor versión, guerreros sin sangre ajena y propia en sus manos y en sus bocas, guerreros que lideraran el camino del futuro. No deleguen ni abdiquen esta oportunidad, les digo. 

Y así no mas, con mi derecho divino a estar emputado y sintiéndome un chaman, un gurú, un líder espiritual, una naciente deidad, me despido.



martes, 24 de marzo de 2020

Diario del confinamiento días 1 y 2

Si es que existieran otros tiempos después de la pandémica locura, algún antropólogo varado encontraría estos recuerdos olvidados de un Don Nadie llamado Eduardo, al que le decían Dito o el Cucho.

Día 1 de simulacro de confinamiento.

Ante el elegante e innovador llamado de nuestra alcaldesa el día de ayer, un día después de que me clasificaran como cucho, llenamos nuestra despensa y nevera y nos preparamos para el aislamiento de 4 días. 

Hoy viernes los ánimos están altos. Ayer sonreímos con nerviosa volteada de jeta que refleja el innegable temor a lo desconocido y nos aperamos de los juegos de mesa olvidados en el laberintico closet a donde va a parar todo aquello que ya no necesitamos, pero guardamos con la esperanza de volverlo a usar. Nos prometimos darle garrote al juego en agradable compañía. Yo me ilusionaba con las sesiones culinarias y el atraco al bar en compañía de Ana María.

La mañana transcurrió sin novedad, Lolo y Fede en clases virtuales del colegio, Ana María trabajando y yo entre clases y reuniones de trabajo. Me puse una camisa y unos calzoncillos y me sentí esplendido. Siempre me imaginé que los presentadores de noticieros se ponían saco y corbata y las mujeres la parte alta del sastre, quedándose en calzoncillos y calzones mientras presentaban el noticiero, y así sin que nos diéramos cuenta ventilaban la parte inferior del cuerpo sintiéndose esplendidos y libres. Con mi nuevo ajuar pasé una feliz mañana.

Entre pausa y pausa de mis clases y reuniones preparé una salsa boloñesa para la pasta del almuerzo. Utilicé la receta de mi madre mejorada con el tiempo y la dejé reposar para que concentrara sus sabores. Ya en la tarde preparé el almuerzo en compañía de Ana María y almorzamos todos juntos. Después de lavar los trastes y arreglar la cocina, cada uno se enfrenté al final de las labores de cierre de semana para enfilarnos al fin de semana largo que nos esperaba. Me serví un jerez y lo acompañé de otro mientras tenía una reunión de cierre de semana y contención con mi equipo de trabajo. Fue una reunión linda acompañada de empatía y escucha. 

Al final de la tarde me apuré un par de rones revisando las redes sociales y los medios y me entraron algunas preocupaciones propias de vida. Observé cómo muchos padres orgullosos publicaban fotos de sus hijos en clases virtuales. Niños limpios y hermosamente vestidos (algunos de frak y corbata) en espacios limpios y hermosamente dispuestos. Subí a ver a mis hijos que recibían sus clases en la cama, en camisetas de manga sisa de entrenamiento y pantaloneta, y me cuestioné. Para no darle mas cavilaciones al tema me justifiqué con el argumento del respeto por su personalidad y su propio proceso de aprendizaje que es claro puede darse desde la cama.

Decidí entonces abordar mi segunda preocupación, que es el parón económico. Hice proyecciones, cuentas,  “excelié”  escenarios y decidí llevarle este problema a nuestros generosos banqueros que andan anunciando alivios, ayudas y créditos blandos. El martes trabajaré el tema, pensé, y me bajé otro ron. Antes de que entrara la noche pensé en los distintos sectores de la economía que se verían tan afectados como el mío. Encontré grandes similitudes con la industria del porno y me di a la tarea de hacer una investigación de campo para aprender a llevar a mi negocio al mundo virtual. Tomé nota para poder compartir los aprendizajes con mi equipo de trabajo el lunes. 

Ya en la noche preparé en compañía de Ana María una bondiola para dejarla la noche entera en el horno. Chelo nos acompañó en el proceso. Para los que no conocen a Chelo les cuento que es nuestro hermoso e imponente perro de raza terranova. Es amoroso e inquieto, bota mucho pelo, muchas babas, y en no pocas ocasiones babas con pelo. Esquivando los recuerdos de Chelo en nuestro camino al cuarto acordamos con Ana María hacer labor de limpieza temprano el sábado.

Nos acostamos y se prendió la turbina. La turbina para los no entendidos es el sonido del ventilador del play station de mis hijos. Suena como la turbina de un Boeing 787 dreamliner en velocidad de despegue. Y como yo siempre me duermo en los acarreos y despegues me rendí al sueño.

Día 2 simulacro de confinamiento

Son las tres y media de la mañana y es la tercera vez que me levanto esta noche. Entre el ruido de la turbina, la revisión de la bondiola y las exigencias de Chelo por agua no he logrado hilar unas buenas horas de sueño. En mi última excursión a la cocina patiné sobre una baba de Chelo y casi salgo disparado por la escalera. La turbina se apaga a las 5 am.

7 am, logré finalmente dormir un par de horas y me dispongo a sacar a Chelo al parque. Es un privilegio disputado en la casa ya que en esos 20 minutos logramos salir del encierro y respirar aire libre. Para Chelo es un momento único. Al sentir que me visto para sacarlo, corre por su correa, se para en la puerta y una vez abierta emprende carrera hasta el ascensor. Al llegar al pequeño parque cerca de nuestra casa, corre como un caballo salvaje y pinta los verdes árboles con su marca. Respiré profundo y me llené de energía y optimismo. Hacia el final de nuestra excursión Chelo levantó sus orejas, se paró en pose de foto y segundos después emprendió una embestida contra un pequeño perro que acompañaba a una mujer. En su embestida me arrastró cinco metros hasta que logré dominarlo con mi única mano sana y entre gruñidos y manotazos míos y de Chelo logré calmarlo. De vuelta en la casa me lavé las manos y dispuse los ingredientes finales de nuestra bondiola.

Hacia las 10 am nos dispusimos a hacer aseo. Pusimos música de plancha, yo empuñé la aspiradora, Ana el trapero y arrancamos. Recogimos pelos y babas en su orden. En sincronía perfecta recorrimos la cocina, la sala y los cuartos. Chelo nos perseguía ladrándole a la aspiradora y babeando el recorrido que habíamos cubierto hasta que dimos por terminada nuestra labor hora y media después. Abrimos las ventanas y respiramos un aire de esperanza con una vida limpia. Recordamos y le agradecimos a Mariela por entregarnos todos los días un mundo limpio donde vivir. Nos bañamos y bajamos a terminar de preparar el almuerzo. Fede se levantó hacia la 1 y bajó a saludarnos en calzoncillos y sin camiseta, y de inmediato subió a prender el Boeing 787. Me preparé mi primer tequila y le ofrecí uno a Ana María.

Cuatro tequilas después nos sentamos a almorzar en familia. Los niños se sentaron a la mesa en su uniforme de campaña y yo me puse un pantalón para darle formalidad a la ocasión. Compartimos nuestras impresiones de nuestra nueva realidad y escuchamos la prolongación del confinamiento y empate con el aislamiento total decretado por el gobierno. Ana y yo arreglamos la cocina con una botella de vino como compañía. Cerrando la tarde pusimos videos musicales de artistas de nuestra infancia y adolescencia. Dándole duro al tequila, recorrimos nuestro pasado musical con preocupación infinita de que cada uno de los artistas que oíamos podrían morir a causa de la pandemia. Si yo estoy cucho estos manes están cuchos cuchos cuchos, pensé. 

Entre canción y canción consultaba las redes sociales. Veía otras familias compartiendo, haciendo ejercicio en familia, agradeciendo y llenos de gratitud por el momento. Otros más atrevidos publicaban videos ayudándonos a entender los aprendizajes de está situación y reiterándonos como el mundo cambió. Algunas lágrimas se asomaron a mis ojos por lo emotivo de los momentos o el tequila.

Tratamos de darle un respiro a las preocupaciones y cerramos el día con calle 13 y Justin Timberlake. Mientras hacíamos nuestro recorrido musical los muchachos paseaban cada hora a Chelo, nuestra vecina aprovechaba su esplendida terraza-jardín para asolearse en una hamaca y la turbina ahí siempre presente. Nos tomamos una cerveza para bajar el tequila y a la camita como decía Topo Gigio.  




domingo, 22 de marzo de 2020

La desgracia de ser cucho

El pasado jueves, antes del anunciado simulacro de confinamiento decretado por la alcaldesa, decidí visitar temprano en la mañana una de mis montañas preferidas en los cerros orientales de Bogotá. Como es mi costumbre madrugué, tomé mi carro hasta el punto del inicio del ascenso y allí comencé a pie mi conocida travesía hasta el páramo.

A medio camino, y como es usual, me encontré con Gregorio y Nano que subían con tres amigos más. Hicimos lote y continuamos juntos hasta el destino final que mis amigos se han trazado durante años. Mi punto de ascenso es un poco mas alto y les dije que yo continuaba solo mi camino hasta el páramo. Fui objeto de numerosas advertencias por parte de ellos frente al riesgo de lo que hacia, incluso uno de ellos hizo referencia a un atraco que había tenido lugar en el páramo el día anterior. Y yo como Rin Rin Renacuajo hice un gesto y orondo me fui. 

Ocho minutos después me encontraba en el magnifico lugar de mi destino. El sol daba rienda a un lento ascenso y la fabulosa ciudad bostezaba del letargo nocturno para enfrentar el nuevo día. Me paré 5 minutos a contemplar las obras de la naturaleza y las humanas y me sentí agradecido. Pedí por mí y por los míos y emprendí en polvorosa el descenso. Decidí hacerlo rápido para alcanzar a mis amigos y por ello flotaba de piedra en piedra siempre atento y concentrado. A mitad de descenso, sentí un ruido y me volteé a ver que sucedía. Dos atletas no atletas, volaban entre las piedras con capuchas puestas y uno de ellos con puñal en mano a la caza de hasta ese momento un joven adulto que descendía y que ahora escribe. Alguna cosa grité y apreté el paso para con maravillosa velocidad y agilidad de montañista, soltarlos y dejarles tan solo el recuerdo de mi cabellera flotando al viento. Por lo menos así me imaginaba yo. 

Cien metros mas adelante tropecé y caí sobre mis manos marcándome la montaña con sangre y fracturándome la muñeca izquierda. En fracción de segundos decidí aprovechar tan lamentable evento a mi favor para no ser pasado por las armas por mis perseguidores. Grite lamentándome de dolor (la verdad dolía como un putas), al tiempo que uno de mis agresores (el mas malo) me advertía que me quedara quieto o me chuzaba los ojos. Mi otro agresor (el bueno) me ayudó a sentarme y me lanzó una pregunta:  “ ¿cómo esta cucho, se pegó duro?” Como un puñal la palabra cucho atravesó mi abdomen inferior izquierdo. Le mostré las manos entre quejas y lamentos mientras el bueno se hacia a mi celular y el malo empezaba a quitarme las botas para dejarme descalzo. El bueno le replicó al malo por tratar de quitarme las botas, “¿no ve que el cucho esta vuelto mierda? no lo joda”, afirmó. El segundo navajazo de la palabra cucho golpeó en la parte alta del pecho. “Venga cucho desbloquee el celular para borrar la información”, y yo débil por el tercer ataque con esa corto punzante palabra obedecí y nos dimos los dos a la tarea de eliminar mi vida de ese aparato. Conversamos un rato de la difícil situación económica que los obliga a delinquir, tratamos sin éxito de sacar la tarjeta sim y el malo me dijo “venga cucho regáleme la chaqueta”. Casi inconsciente por el nuevo ataque verbal se la entregué y le aclaré que estaba viejita y sudada. Con gesto de asco la dobló y la guardó apartándose de mí.

Sabiendo los tres que nuestro encuentro debía llegar a su final, el malo preguntó “qué hacemos con el cucho” mientras empuñaba su puñal. El bueno le respondió: “¿no ve que el cucho está vuelto mierda? déjelo ir”. Mientras mi autoestima se desangraba por los navajazos de la palabra cucho, me amarré las botas y me puse de pie. Agradecido choqué el puño con el bueno y al querer replicar mi acto con el malo retiró su mano y me dijo “no cucho usted está sudado y me infecta”. Y así cucho e infeccioso me fui.

Bajé lento con mi nueva condición de cucho, advertí a otros caminantes de mi encuentro y llegué a mi carro. Manejé hasta mi casa y fui a la clínica para que me revisaran la muñeca, la cual está hoy inmovilizada por un pesado yeso.

Cucho y moribundo en mi autoestima trato de recuperar mi vida contenida en un aparato. Mi operador no me da bola, solo me contestan cuando le digo a los robots humanos y no humanos que quiero comprar una línea y un aparato nuevo. Veintidós años de fiel relación de mi parte no valen. La relación está cucha y quieren sangre nueva. Por ahora pasaré mi nueva vejez encerrado hasta el 13 de abril sin celular, aunque ahora estoy contemplando hacerlo hasta el 31 de mayo con el resto de los cuchos. 




domingo, 9 de junio de 2019

Lo mejor será acabar los parques

Desde la noche anterior la había prometido a Chelo que si me despertaba temprano iríamos juntos a recorrer algunos de los caminos de los cerros orientales de mi ciudad. La verdad es que me desvelé, después de la llegada de las faenas de sábado en la noche de mis hijos. Luego de vueltas y reflexiones no le di mas largas a mi promesa, desperté a Chelo y enfilamos rumbo a las montañas.

Tan pronto llegamos a nuestro punto de partida, empecé a tener una especie de monólogo en donde le iba relatando a Chelo, cómo en el pasado solía tener esta clase de escapadas con Nacho. Le conté cuanto le gustaba a Nacho este plan, y cómo nos lo habían prohibido pues habían cerrado hace algunos años los accesos mas cercanos a nuestros bellos cerros. La rabia y amargura que me generan las prohibiciones se iba despertando en mí, hasta darle paso al verdadero motivo de mi desvelo.

Se agolparon en mi cerebro las palabras bareto, alcohol, cigarrillo, parque, niño, niña, corte y moral. Desconcertado por los juegos de mi mente, me propuse a mí mismo, y le propuse a Chelo, un ejercicio crítico que me permitiera entender más las preocupaciones que me roban el sueño. A continuación, algunas veces con sátira y otras sin ella, trataré de resumir mis reflexiones y posiciones frente a este tema.

Lo primero que le mencioné a Chelo es que los temas del sexo, el alcohol, el cigarrillo y las drogas son de aquellos temas en donde siento que no nos abrimos y mantenemos una conversación clara, honesta y transparente en nuestros entornos familiares y sociales. Si asumimos la familia como el núcleo básico del tejido social creo que los padres nos hacemos los güevones con estos temas. La mayoría de las veces evadimos la conversación, y cuando decidimos afrontarla la llenamos de mentiras, demonizaciones y posiciones ingenuas que buscan evadir la realidad. “Mi niño no toma ni fuma, y mi niña tampoco, y mucho menos tiran”,nos decimos y le decimos a los demás. Rematamos nuestra historia de ficción con un golpe de autoridad moral que se resume en la frase que dice es que yo si enseño valores.

Pero como no hablar de los temas con nuestros hijos no borra nuestros legítimos temores, decidimos tomar acciones preventivas como erradicar el alcohol de nuestras casas y/o ponerle llave al bar para que las tentaciones del demonio desaparezcan. Prohibimos fumar en la casa y las visitas deben ser en la sala y sobre todo con papá y mamá presentes en la casa. Alcohol, cigarrillo, droga y sexo, fuchi, feo, malo. Prohibición total, y ante el mínimo resbalón de nuestros hijos usamos la palabra de que desilusión,sin entender que esta palabra nunca debería ser usada para referirse a nuestra relación con otro y mucho menos con un hijo o hija (denota superioridad moral y nada mas falso y peligroso).

Pues bien, ante la incapacidad de conversar y construir entendimientos comunes con nuestros hijos, recurrimos entonces a la ayuda de los colegios y sus programas de prevención. Si bien los programas son bien intencionados, parecen dirigidos o conceptualmente concebidos por ex adictos. Y como reza el refrán que dice que no hay nada peor que una puta rehabilitada,pues su posición es tajante y se resume en cero toleranciay la firma de contratos concebidos para el inmediato incumplimiento. Ya en este punto, nuestra distancia con la realidad que viven nuestros hijos es infinita. Nosotros hemos creado un imaginario de sociedad utópica y casi distópica y mientras tanto nuestros hijos están que se tiran, se fuman un cigarrillo y se ajustan su primera perra. El Estado recoge en últimas nuestros temores y legisla para ángeles y la utopía se escurre a la distopía.

Como la realidad es que ni nosotros ni nuestros hijos tienen alas y plumas en la espalda, resulta que con nuestra incapacidad de diálogo y cero tolerancia los invitamos precisamente a los parques a vivir sus experiencias en ambientes poco controlados (los adolescentes entran y salen de las fiestas a los parques a tomar y fumar). Con el nuevo código de policía lo único que encontrarán en los parques será precisamente a los jíbaros, que son los únicos económicamente capaces de pagar la coima que la autoridad exige a los negocios informales ( siiiii, ellos reciben coimas de mucha gente, entre ellos los jíbaros). Hasta hace algunos meses la oferta en el espacio público era amplia,  iba desde la arepa y la empanada hasta el porro, pasando por los manimotos, maizitos, la pola y el jugo, entre muchos otros. Hoy en día, ante la poca oferta y la creciente demanda, la opción es un porro o alguna otra cosita mas fuerte, que es lo único que hay. En otras latitudes los parques y espacios públicos son punto de encuentro y recreación en donde conviven el ejercicio, la contemplación, el yoga, el reiki, la meditación y oración con la comida, el cigarrillo, el alcohol y uno que otro consumidor de cannabis.

Algunos dirán que aquellos que quieran tomarse un trago, fumarse un cigarrillo o fumarse un bareto deberían hacerlo en el ámbito de lo privado. A ellos les digo que no es mentalmente sano crear esa disociación entre mi mundo privado y mi relación con el mundo público. Al final es una invitación a la falta de autenticidad, la mentira, el silencio y la impunidad. Lo público y los espacios públicos han de ser la vitrina de la expresión humana que permitan la generación de sociedades mas tolerantes e incluyentes. Las sociedades diversas saben regularse y convivir en armonía.

Por último, le decía a Chelo que me preocupaba que en el futuro prohibieran la práctica del ejercicio en espacios públicos. Claramente las ropas deportivas que usamos hoy en día pueden despertar en los niños y niñas el deseo sexual y esto podría preocuparles a algunos que piensan que es un gustico reservado al matrimonio. 

Volviendo a la casa le serví agua y comida a Chelo. Se echó a mi lado jadeante de preocupación. Me lamió la mano y se quedó dormido mientras yo le decía que lo mejor será acabar los parques para evitarnos más problemas. 

jueves, 21 de junio de 2018

Un guaro para la oportunidad perdida de Avianca

Un colombiano de a pie, de esos común y corriente, habla a la cámara y comenta con alegría como ha sido burlada la seguridad de los estadios en Rusia, y acto seguido se zampa un guaro, que en esas lejuras debe saber mejor. Su video se hace viral y 24 horas después es destituido de su cargo en la compañía Avianca. Para la empresa, los actos de nuestro gran colombiano violan los principios y valores corporativos y como si fuera poco la normatividad vigente. Para completarle el día, a nuestro hincha tricolor, las autoridades colombianas presentes en Rusia lo denuncian (o “sapean”) ante las autoridades rusas para que ellas se hagan cargo del caso.

Segundos después explotan las redes y los medios de comunicación. Indignación y vergüenza clamamos. Expertos en comportamiento humano salen a decirnos lo obvio, lo que ya sabíamos y es que somos una sociedad donde la cultura del vivo es lo que nos gobierna. Obvio pues quien quisiera alardear de ser bobo, nadie acá en estas tierras y menos en la lejana Rusia. No quiero caer en el lugar común de llamar a esto una doble moral, más bien quiero explorar la oportunidad de oro que no solo dejó pasar Avianca si no el país para hablar de las consecuencias de nuestros actos individuales y colectivos, y sobre ello construir saber como “diríamos” en la Colombia Humana.

Primero quiero explorar el dilema moral que deben estar viviendo los responsables en Avianca de la decisión de destitución de nuestro querido Luis Felipe Gómez. Algunos deben estar teniendo regresiones tipo Flatliner que les recuerdan sus asistencias a conciertos elaborando complejos planes para inyectar, en botellas de agua y cajas de jugos Hit, el almíbar sagrado que aquí llamamos aguardiente. Seguro algunos más avezados se las ingeniaban para esconder uno que otro porro en las costuras de sus chaquetas.  Era ¿o es? todo un plan y a muchos de los que hoy se rasgan las vestiduras los vi y hasta con algunos compartí las mieles de la viveza.  

Como somos una raza con memoria selectiva, muchos de los que me leen dirán que ellos nunca lo hicieron (así como nadie de centro recuerda haber votado por Uribe), pues bien, si el desmemoriado trabaja en Avianca quiero entonces mencionarle que el mentirles a sus usuarios sobre la cancelación o demora de un vuelo es tan grave o tan inocuo como el comportamiento de Luis Felipe. Si vamos a ser puristas, hasta hacer doble fila en el giro de un semáforo o parquear en la calle en lugar prohibido cae en la categoría culpable que debe llevar a su destitución. Vista así la cosa el mayor pecado de nuestro hincha tricolor debe resumirse en ser un güevón al hacerse un video.

En el mundo binario de Avianca, en donde solo era posible la destitución de Luis Felipe, hay únicamente dos posibilidades: o aplican a raja tabla su regla y se quedan sin empleados, o les permiten seguir siendo humanos y humanas, no güevones o güevonas     -quiere decir sin hacer videos y declaraciones-, y les enseñan a ser solapados y rastreros. ¿Cambios de comportamiento?, mmmmm, no, me permito decirles que por ahí no es la cosa. Luis Felipe es tan solo un pequeño engranaje en un sistema mucho mas amplio y complejo que hasta en el mas mínimo detalle está gobernado por los mismos principios. Luis Felipe mi viejo eres simplemente un empleado mas de Avianca y un colombiano mas así de puro y simple.

Ante esta encrucijada, entonces ¿qué hacer? es la pregunta. Desde mi perspectiva la oportunidad de oro para Avianca estaba en generar con Luis Felipe de protagonista, un proceso conversacional y cultural que permitiera traer a la mesa aquellos comportamientos que podemos clasificar de antiéticos, tramposos o simplemente inadecuados en el día a día del negocio. Vía este proceso generarían en los empleados altos niveles de lectura de entorno y consciencia que llevarían a cambios de comportamiento colectivos y por ende de cultura organizacional. La posición vulnerable de Luis Felipe en un entorno seguro permitiría la apertura para expresarse con libertad e identificar y transformar aquellos comportamientos no deseados. Hoy por hoy han reforzado el miedo, amenazado al individuo y están dirigiendo la cultura a los terrenos del actuar solapado.

En la opinión que expreso en el párrafo anterior estoy asumiendo que la intención que tuvieron era reforzar su cultura y compromiso con los comportamientos éticos. Ahora bien, si lo que querían era también hacer un show mediático, vía el proceso que propongo los réditos pueden ser mucho mayores. El manejo del caso y su impacto podría convertirse en un referente de estudio de transformación organizacional de amplia aplicabilidad en el entorno nacional. Culiprontos, creo yo.

En el entorno del país, la oportunidad de oro se encuentra no en la lapidación publica, que lo único que logra es lavar momentáneamente nuestras consciencias y llevarnos a la negación del impacto de nuestros propios actos. Siguiendo el camino de la negación, ponemos nuestras esperanzas de cambio en estatutos anticorrupción redactados por corruptos y consultas anticorrupción redactadas por moralistas que buscan un espectro electoral, que para nada nos invitan a cambiar nuestros propios comportamientos. Creamos estructuras legales para otros y desde la barrera juzgamos sin darnos cuenta que somos parte del mismo problema. Somos tan colombianos y tan colombianas como Luis Felipe.

Por último, quiero mencionar que a nivel organizacional y cultural siempre he creído que los dilemas morales y de responsabilidad se deben resolver en el core mismo del negocio y no con estructuras externas y señalamientos de otros. Si así seguimos actuando, a futuro de lo mismo nos seguiremos quejando.