En un arranque de
franqueza escribo para confesarles que en los últimos meses estuve sumergido en
una especie de desbalance
psicológico que me ocupó gran parte de mi tiempo y mis preocupaciones. Venía
anticipando el problema en los últimos años, pero le atribuía mi estado a mi
disminuida resistencia para soportar los guayabos después de una noche de
copas.
Como sé cuidarme,
recurrí a mi adorada psicóloga de cabecera para que me ayudara a entender mis
angustias, pánicos y ansiedades. Cuando le conté de mis síntomas hizo una mueca
extraña de preocupación y se dio a la tarea de desenmarañar mi agotado cerebro.
Primero -a palo seco-, me indagó en conversaciones sin mayor resultado.
Recurrió luego a su conocimiento sobre
mí y su profunda intuición para desnudar mis cuentos y ponerme en evidencia, y
nada de nada, la ansiedad seguía gobernándome. Ante mi preocupación, mi galena
del alma tomó una decisión atrevida que sería su última medida antes de
medicarme. Me tendió en el piso y me sumió en una especie de meditación
regresiva que me permitiría encontrar los eventos de mi pasado que dispararon
mi ansiedad. Lentamente me llevó a un estado de consciencia profunda y alerta,
y cuando estaba a punto de dormirme -o morirme- me dijo: ahora pídele al responsable de tu ansiedad que se presente y te diga su
nombre. De manera inmediata, como un rayo agazapado en la oscuridad, brilló
en mi cabeza con luces fluorescentes de neón la palabra Millennials. Joder, me quiero morir –exclamé – , y de un brinco acrobático me
puse de pie. En ese momento las fichas incompletas de mi compleja trascendencia
armaron el rompecabezas inconcluso de mi existencia y ansiedad.
A la velocidad
asombrosa de mi edad, recorrí mentalmente los dos últimos años de mi vida, para
así darme cuenta de la cantidad de artículos, documentos y estudios que he leído
sobre esta asombrosa generación. Entendí que las causas de mi enfermedad mental
se asociaban a la inevitable conclusión de los expertos, de que el mundo y la
humanidad colapsarán si no nos adaptamos a esta generación de mutantes súper humanos
que parecen salidos de la saga de X-men. Y yo que pensaba que en el reposo de
mi edad adulta tendría algo que aportar a este convulsionado mundo.
Desde ese momento,
la inseguridad me invade, siento que estoy atrapado en un espacio de tiempo en
donde todo el esfuerzo que he hecho por entenderme a mí y a otros seres humanos
es inocuo y obsoleto. Maldigo a mis padres por haberme hecho el mayor de mis
hermanos y no haberme permitido nacer unos veinte años después y así gozar del
cambio cuántico evolutivo y genético del que disfrutan los Millennials. Mis inseguridades
florecen y se hacen evidentes, pero no frente a grupos de ejecutivos de alto
nivel. Hoy en día sudo, gagueo y encuentro dificultad de expresión facilitando
procesos a estudiantes y ejecutivos que están en un rango de 25 a 35 años de
edad. Ni hablar de discutir con un Millennial, salgo en polvorosa
ante cualquier insinuación de debate y me refugio en un rincón oscuro a chupar
dedo en el anonimato. Para sumarle a la ansiedad he hecho el cálculo del tiempo
faltante para mi pensión y para mi sorpresa aún estoy lejos. ¿Qué será de mi
obsoleta existencia si ni siquiera puedo gozar de mi condición de pensionado borracho
y deprimido?
Pero como le pago
bien a mi psicóloga para ayudar a ver las cosas desde otra perspectiva, la
obligué a mantener conversaciones largas de alta densidad para ayudarme a
eliminar mi histeria Millennial.
Lo primero en aparecer fue una profunda rabia que me invitaba a titular este
escrito como ¨Fuck the Millennials¨, y en el cual me disponía a tomar una por
una las características generacionales de estos jóvenes adultos y destrozarlos.
Quería decir que son consentidos, perezosos y verseritos. Que no hay tal
sentido de propósito, colaboración, colectividad e inquietud. Y por último, que
por estas tierras ser Millennial es cuestión de estrato.
Pues bien,
gracias al escándalo de Odebrecht el presente artículo se me refundió y tal vez
se avinagró o maduró en las cavas de mi laberinto mental cerca de las reservas
del Casillero del Diablo. Mi atención se desvió, y decidí hacer fiestas con mi
generación, es decir con la generación que se jacta de estudiar y entender a
los Millennials. Empecé a entender que al tratar de definirlos terminamos
definiéndolos, es decir, mostrándoles cómo deben ser. Les decimos que nos les
gusta casarse ni tener compromisos, que les gusta cambiar de puesto, trabajar
en equipo, aprender de muchas cosas, viajar y llenarse de experiencias. ¡¡A
quién no!!, pensé, y ahí mismo caí en cuenta de que lo que verdaderamente
estamos haciendo es enviándoles un mensaje, un mensaje de una generación
frustrada que no pudo vivir la maravillosa vida que les planteamos al querer
definirlos. En términos psicológicos estamos haciendo transferencia, queremos
que ellos hagan lo que no hicimos, lo que hoy mismo creemos que estaríamos
haciendo si tuviéramos una segundad oportunidad en esta tierra.
Pues bien, en
nuestra cochina obsesión de encasillar, definir e imponer nuestra visión del
mundo, estamos perdiéndonos de la maravillosa experiencia de relacionarnos con
individuos únicos y variopintos. Tratamos a toda una generación como ganado y
ni siquiera diferenciamos entre ellos quiénes pueden ser variedad lechera o de ceba.
Con pretensiones
de sabios sociales, nuestra encumbrada generación pretende plantear
transformaciones radicales cuando en realidad está invitando a toda una
generación (los Millennials) a la frustración, el desencanto y el desamor. Con
tanta precisión y documentación los hemos definido, y tanta importancia les
hemos dado, que cualquier desviación del comportamiento de uno de estos jovenes
(como querer casarse antes de los 30, por ejemplo) será entendida por ellos
mismos como una traición a su generación, un acto que no se pueden permitir. Y
es ahí mismo, en el conflicto que me plantea el quién soy y quién quieren que
sea, que la belleza de la individualidad se marchita, se apaga el brillo de los
ojos y nos llenamos de hombres y mujeres grises.
La verdura revolución está en y con cada individuo, ¡Fuck Generation X! Debería entonces decir.