domingo, 20 de abril de 2014

Gabo y su País

Hoy recogido en los brazos de la muerte mas que a él, quiero agradecer a mis maestros  de infancia que me iniciaron en su particular prosa de alcance universal. A esos hombres y mujeres que vieron en su obra el  barniz perfecto para forjarnos en la visión del mundo de observadores y relatores de historias que permitían ampliar nuestras mentes. Se ha ido un grande y con él y sin él nos enfrentamos a la realidad que solo nos permite ver el mundo de una manera binaria, pobre y reducida. Años de esfuerzo de nuestros maestros se hayan perdidos en la maraña simplista de nuestros mal forjados cánones sociales. La cultura del bien y el mal, el conmigo o contra mí, se levanta y observa acusadora un entramado humano ávido de redención y reconciliación.

Como en una carrera equilibrada de relevos, hoy le corresponde enfilar sus armas al péndulo binario de la derecha (Cuando muera Varga Llosa lo hará la izquierda de una manera muy similar). En su afán argumentativo todo vale: la mentira, la inexactitud, los juicios, la falta de entendimiento de sus actos y hasta el grosero cuestionamiento de su grandeza literaria. Sus amistades representan el mal y los seres del mal y sus amigos deberán arder en los infiernos. Su ideología, su círculo cercano y él mismo son los culpables de los males que por siglos han aquejado a la sociedad. La sangre que aun corre en nuestro país, – piensan ellos - encuentra sustento en una pequeña isla caribeña gobernada por un tirano de ideas trasnochadas y mal relacionado. Perfecta ocasión para tirar una cortina de humo, la mejor oportunidad para liberarnos de la responsabilidad de los debates sociales sobre la equidad, la desigualdad, la corrupción, el narcotráfico, la reconciliación etc…

Para salvar su consciencia le exigen a él lo que  no se exigen ni demandan de si mismos. Olvidan o quieren olvidar los motivos de su exilio y no caen en cuenta que de quien hablan es de un periodista y relator de historias con opiniones políticas y no un periodista y relator de historias con pretensiones políticas. Se le compara con otros, sin percatar de que es incomparable, que su camino y trazo en la humanidad lo había decidido desde tiempos inmemoriales (no tanto por lo antiguos, si no por nuestra vocación de olvidar todo aquello que no nos sirve para sustentar nuestra mentira).

Hoy la figura de un difunto anciano de 87 años nos sirve para expresar nuestro odio, para mantener viva nuestra adictiva intolerancia. Hoy queremos que Gabo se lleve a su tumba nuestros mas profundos remordimientos por ser incapaces de construir una sociedad distinta. Confiamos en que el hijo de un telegrafista de Aracataca que llego a ser capaz de obtener el premio nobel, sea también capaz de cargar con peso el peso de nuestra consciencia, que a todas luces no quiere ni obtendrá redención ni reconciliación en siglos venideros. Y en este, su País, seguiremos relatando hasta el cansancio y con menos maestría las mismas historias que a él le contaron y que él nos contó.