domingo, 22 de marzo de 2020

La desgracia de ser cucho

El pasado jueves, antes del anunciado simulacro de confinamiento decretado por la alcaldesa, decidí visitar temprano en la mañana una de mis montañas preferidas en los cerros orientales de Bogotá. Como es mi costumbre madrugué, tomé mi carro hasta el punto del inicio del ascenso y allí comencé a pie mi conocida travesía hasta el páramo.

A medio camino, y como es usual, me encontré con Gregorio y Nano que subían con tres amigos más. Hicimos lote y continuamos juntos hasta el destino final que mis amigos se han trazado durante años. Mi punto de ascenso es un poco mas alto y les dije que yo continuaba solo mi camino hasta el páramo. Fui objeto de numerosas advertencias por parte de ellos frente al riesgo de lo que hacia, incluso uno de ellos hizo referencia a un atraco que había tenido lugar en el páramo el día anterior. Y yo como Rin Rin Renacuajo hice un gesto y orondo me fui. 

Ocho minutos después me encontraba en el magnifico lugar de mi destino. El sol daba rienda a un lento ascenso y la fabulosa ciudad bostezaba del letargo nocturno para enfrentar el nuevo día. Me paré 5 minutos a contemplar las obras de la naturaleza y las humanas y me sentí agradecido. Pedí por mí y por los míos y emprendí en polvorosa el descenso. Decidí hacerlo rápido para alcanzar a mis amigos y por ello flotaba de piedra en piedra siempre atento y concentrado. A mitad de descenso, sentí un ruido y me volteé a ver que sucedía. Dos atletas no atletas, volaban entre las piedras con capuchas puestas y uno de ellos con puñal en mano a la caza de hasta ese momento un joven adulto que descendía y que ahora escribe. Alguna cosa grité y apreté el paso para con maravillosa velocidad y agilidad de montañista, soltarlos y dejarles tan solo el recuerdo de mi cabellera flotando al viento. Por lo menos así me imaginaba yo. 

Cien metros mas adelante tropecé y caí sobre mis manos marcándome la montaña con sangre y fracturándome la muñeca izquierda. En fracción de segundos decidí aprovechar tan lamentable evento a mi favor para no ser pasado por las armas por mis perseguidores. Grite lamentándome de dolor (la verdad dolía como un putas), al tiempo que uno de mis agresores (el mas malo) me advertía que me quedara quieto o me chuzaba los ojos. Mi otro agresor (el bueno) me ayudó a sentarme y me lanzó una pregunta:  “ ¿cómo esta cucho, se pegó duro?” Como un puñal la palabra cucho atravesó mi abdomen inferior izquierdo. Le mostré las manos entre quejas y lamentos mientras el bueno se hacia a mi celular y el malo empezaba a quitarme las botas para dejarme descalzo. El bueno le replicó al malo por tratar de quitarme las botas, “¿no ve que el cucho esta vuelto mierda? no lo joda”, afirmó. El segundo navajazo de la palabra cucho golpeó en la parte alta del pecho. “Venga cucho desbloquee el celular para borrar la información”, y yo débil por el tercer ataque con esa corto punzante palabra obedecí y nos dimos los dos a la tarea de eliminar mi vida de ese aparato. Conversamos un rato de la difícil situación económica que los obliga a delinquir, tratamos sin éxito de sacar la tarjeta sim y el malo me dijo “venga cucho regáleme la chaqueta”. Casi inconsciente por el nuevo ataque verbal se la entregué y le aclaré que estaba viejita y sudada. Con gesto de asco la dobló y la guardó apartándose de mí.

Sabiendo los tres que nuestro encuentro debía llegar a su final, el malo preguntó “qué hacemos con el cucho” mientras empuñaba su puñal. El bueno le respondió: “¿no ve que el cucho está vuelto mierda? déjelo ir”. Mientras mi autoestima se desangraba por los navajazos de la palabra cucho, me amarré las botas y me puse de pie. Agradecido choqué el puño con el bueno y al querer replicar mi acto con el malo retiró su mano y me dijo “no cucho usted está sudado y me infecta”. Y así cucho e infeccioso me fui.

Bajé lento con mi nueva condición de cucho, advertí a otros caminantes de mi encuentro y llegué a mi carro. Manejé hasta mi casa y fui a la clínica para que me revisaran la muñeca, la cual está hoy inmovilizada por un pesado yeso.

Cucho y moribundo en mi autoestima trato de recuperar mi vida contenida en un aparato. Mi operador no me da bola, solo me contestan cuando le digo a los robots humanos y no humanos que quiero comprar una línea y un aparato nuevo. Veintidós años de fiel relación de mi parte no valen. La relación está cucha y quieren sangre nueva. Por ahora pasaré mi nueva vejez encerrado hasta el 13 de abril sin celular, aunque ahora estoy contemplando hacerlo hasta el 31 de mayo con el resto de los cuchos. 




9 comentarios:

  1. Pronta recuperacion Dito...y me aoegra que este bien y no haya sido mas grave el incidente !....Y las heridas y navajazos de "cucho" alguien se las atendio?...le pusieron puntos?...eaas si las curan?

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  2. Dito, lamento mucho lo sucedido. La fractura de la mano y la fractura del ego. Este quinto piso es sólo el principio de esa cumbre llamada “CUCHO” saludos

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  3. Hola, lo lamento en verdad. Lo material se recupera, siento lo de la muñeca!! Y yo tengo 28 y también me han dicho cucho, un saludo.

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  4. Hola Eduardo, lamento lo sucedido y la pérdida material y moral, ánimo que crecer duele.
    Un abrazo

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  5. Dura realidad que debemos afrontar , la realidad de ser cucho y la realidad de la inseguridad que vive nuestra ciudad, pronta recuperación...

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  6. Tío Dito,
    Cómo lo siento.
    Pero sé que con ese espíritu Bacán suyo, tema superado.

    Pa lante mi querido tío y vicho Dito Lleras!!!

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  7. tío y cucho...
    Quise decir.
    Un abrazo grande.

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